
Una raya en el mar
Ignacio Ortega
Plegarias
Parece como si la política estuviera hoy más cargada de retorcidos instintos humanos que de necesaria capacidad de reflexión. Hay voceros que ejercen la política cargados de ira y sus declaraciones parecen partes de guerra, políticos que parecen indiferentes a las necesidades del país: ni sueñan, ni desean, ni sienten, ni quieren nada porque nada pueden, sólo se repiten hablando del caos en el que parece flotar este país, como si no hubiesen aprendido nada de la historia de los últimos cien años.
No sé si, como el Sísifo de la mitología griega, estamos condenados a llevar el peñasco de nuestra historia pronosticando el caos de un momento a otro en una infinita lista de desastres, como si España fuera un país en trance hacia el apocalipsis.
Cada día nos piden que reaccionemos como una hiena herida contra un gobierno al que severa, grave y meticulosamente quieren hacer pedazos, esperando que la catástrofe termine de rugir porque solo en ellos cabe la posibilidad de redención.
Qué amargo cansancio la de este gobierno que me confinó pero me salvó de la pandemia y, como consecuencia, sufrió una crisis económica pero no se rindió, que se le hizo responsable de perversas mutaciones víricas, de las DANAS que arrasan el Mediterráneo y le tumban “decretos ómnibus”, aunque nos sirvan de escudo social.
Estos voceros incansables de la voracidad y el determinismo feroz de los animales te arrojan el caos a la cara desde las redes sociales y tertulias de taberna mientras se abrazan al tsunamis de la xenofobia, del neoliberalismo y la extrema derecha y arrojan fango contra el estado de bienestar que nos sostiene.
Qué amargo lodazal el que se cuela en la pantalla de mi teléfono en forma de videos descontextualizados, que utilizan como quijadas de burro con las que rompen las costuras del tejido social del país.
Todo está diseñado para que en este caos que nos anuncian sobrevivir parezca una lucha diaria hasta convertirla en supervivencia. Y no parecen darse cuenta del cansancio ciudadano de luchar cada día contra el apocalipsis que pregonan. Recurro a los cronistas que dejaron escrita nuestra historia y descubro que siempre ha habido voceros que, de una manera u otra, han complicado lo que debería ser simple: vivir. Fuera, en la calle, todo brilla con una luminosidad enternecedora donde la vida sencilla que siempre anhelé está ahí, con la que me curo cada día.
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