Campo eterno

Por la mañana el técnico del ayuntamiento me dijo que Alberto Campo Baeza estaba ya muy viejo como para ir a ver la conferencia que daba en la Universidad Laboral de Almería el viernes por la tarde. La Universidad Laboral de Almería no es una universidad, en todo caso lo fue, y tampoco. No encontrarás ningún cartel o señal que lo indique y al llegar, si la encuentras, no pone nada de universidad y menos laboral. Fue y se hizo en 1975, la Universidad Laboral de Almería, ahora reconvertida desde hace años en instituto de enseñanza media y residencia de estudiantes. Y no tenía mucho de universidad, salvo el nombre, y todo, lo que es ahora FP o quizás ni eso. Antes los de FP iban a la universidad (laboral) y los edificios destinados a tal ubicación y uso (predestinados, mejor dicho) los hacían grandes arquitectos de Madrid (antes todos los arquitectos eran grandes), y buscaban colaboradores también arquitectos jóvenes de igual a igual que dibujaban con tinta china y papel vegetal. Venían y se iban en avión a visitar la obra con su traje de tergal. Y entre todos hacían cosas como ventanas redondas, gruesos muros, semivoladizos impresionantes, columnas cuatritubulares y espacios ordenados que confluyen en el gran patio, los volúmenes, las maquetas, la escultura de la entrada, las fotos, el mejor fotógrafo, el mejor jardinero, el mejor traje, el mejor avión, el mejor plano, el mejor rotring, tramas, luz, tiempos de traje y corbata, tiempos grises para arquitecturas blancas , no uno sino cuatro arquitectos cada uno con su traje y corbata. Un avión cada semana, tan gris época para tan grande arquitectura, ahora escondida, oculta en el verdadero tiempo gris que es ahora, donde ya nadie es nadie. Decía Alberto que el arquitecto venía a ordenar, a dar mortero de cal blanco en la azotea y no a hacer una obra maestra el sólo. Y la hacían, los cuatro todos bajo la conversación con el arquitecto maestro, y compañero. Y ahora todos van detrás del viejo maestro ya o simplemente viejo según el técnico del ayuntamiento, que al final se sentó, me firmo el libro y me dijo que consideraba el oficio de aparejador un oficio maravilloso. Es decir al fin he llegado a que el maestro de maestros, elogio de la luz, inspiración de doctos, pequeño en su grandeza, diga que mi oficio es maravilloso, en la cúspide. Y no he llegado a más, sólo he llegado a que Alberto Campo Baeza se maraville.

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