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Acaso por razón de la compañía, desde remotos tiempos se tiene al perro como el mejor amigo del hombre. Dicho sea, sobre todo, si, como recordó Tomas Hobbes, a mediados del XVII, “El hombre es un lobo para el hombre”. En los caminos, cualesquiera que fueren, la compañía es del todo necesaria, por distinta que esta pueda ser, así como la forma de presentarse. Pues el camino también es razón de la metáfora y, tomando préstamo de Julio Cortázar -Todos los fuegos el fuego-, cabe considerar, por ello, todos los caminos el camino. En un remanso, y en compañía, están las caminantes y el perro, en el sosiego de la contemplación, tras el camino recorrido y con el camino por delante, hasta alcanzar el propósito que orienta y da sentido a los pasos. De caminos están hechos también los itinerarios de los días en que se reparte la vida, sin que falten las encrucijadas donde es posible perderse por mor de la incertidumbre y la desgracia. De modo que se tuerza el derrotero, se pierda el rumbo y no se alcance, o se confunda, el fin. Cuando falta la compañía que largo tiempo estuvo cerca, pero ya no recorre los caminos de este mundo, todavía más fácil es extraviarse, salvo que el recuerdo asista con íntima e inquebrantable cercanía, y entonces los caminos hagan llevaderos los tránsitos porque no falte quien acompañe. Todos los caminos el camino.
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