
Antonio Lao
La agricultura de Almería y los aranceles
Los ansiolíticos no son caramelos, por más que se trate de tranquilizantes menores. Mas como el cuadro sintomático de la ansiedad resulta extendido, el consumo de ansiolíticos lo está asimismo y hasta hay quien, acaso por el alivio de su ingesta, decide administrarlos, a discreción, a modo de un oculto azucarillo disuelto en los cafés de la clientela de un bar. Así lo ha hecho una camarera, desde hace casi cinco años, hasta que los efectos han provocado percances, como un accidente de tráfico, y requerido la intervención de la Guardia Civil para dar con la anónima dispensadora del fármaco psicotrópico. Aunque las víctimas habían trabajado en el establecimiento y lo frecuentaban, no se conocen las razones que llevaron a elegirlas, por la camarera, a fin de prepararles el café en los momentos propicios. La intoxicación denunciada, a comienzos de este año, por tres de esas personas, permitió comprobar la existencia de similares denuncias tiempo atrás, y la camarera investigada ingería ansiolíticos bajo prescripción médica. Resuelto el caso -por el que las víctimas, según concluye la investigación, han visto comprometidas sus condiciones psicofísicas, con peligro para su salud e integridad física-, cabe reparar en algunas cuestiones, a propósito del sucedido -valga el uso de este coloquial término-. Una es la perturbación de la voluntad de la camarera al decidir la oculta administración del ansiolítico que ella misma había de tomar. De manera jocosa, podría pensarse que el conocimiento adquirido en la barra de un bar, de las maneras y comportamientos de los clientes, puede haberle influido para resolver la escondida dispensación del fármaco, sabedora como era, además, de sus efectos por prescripción facultativa. Luego no es que la ansiedad evolucionara o cursara con algún desarreglo mental de la camarera, sino que esta, con bienintencionada fechoría -las contradicciones son así-, tal vez quisiera prevenir o atenuar el inquieto y sobreexcitado mal de la ansiedad, mediante una disimulada campaña cafetera. Otra derivación del caso tiene que ver con la vulnerabilidad de la condición humana, porque a un café sin azúcar puede no faltarle un aditivo insano. También actúa el impredecible mal fario de las casualidades, al acudir a una cafetería en lugar de a otra. Y quedan los efectos de la imitación y la sospecha, de modo que los concurrentes estén más pendientes de la preparación del café y del manejo de quien lo sirve.
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