Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
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Alos ideólogos nunca les han gustado los ingenieros ni los expertos en disciplinas técnicas. La realidad es muy cabezota y no se deja manipular por las tretas serviles de la propaganda. Y eso lo saben muy bien los comisarios políticos de todas las ideologías. Veamos un ejemplo: en 1928, en lo que entonces era la URSS –la Rusia soviética– se celebró un proceso contra 53 ingenieros acusados de sabotear unas minas de carbón en el Cáucaso. Toda la causa era un montaje de la policía política que quería dar un escarmiento a los ingenieros. ¿Por qué? Porque los informes técnicos de los ingenieros, basados en cálculos y en cifras reales, desmentían todas las mentiras de la propaganda soviética. En aquel proceso, seis ingenieros fueron condenados a muerte (y ejecutados) y los demás fueron enviados a pasar unas agradables vacaciones en Siberia. Pero el mensaje llegó a todo el mundo: cuidado con los que se atrevan a contradecir la propaganda oficial, porque los vamos a acusar de sabotaje. Y el sabotaje, en la URSS, estaba castigado con la pena de muerte.
Casi un siglo después, aquí entre nosotros, se ha empezado a acusar a todo el mundo que contradiga las mentiras recurrentes de la propaganda oficial de ser un propagador de bulos y un difusor de odio y de desinformación. Por supuesto, todos los ideólogos e informadores al servicio del Gobierno –y son muchos, muchísimos– se encargan de repetir a diario las mismas consignas: cualquiera que se atreva a contradecir al Gobierno es un mentiroso y un idiota que cree en los platillos volantes. A este paso, cualquier día se va a introducir el delito de sabotaje contra el Estado en el Código Penal (ganas no faltan, desde luego). Porque el mensaje que se quiere difundir está muy claro: hay que callarse y aplaudir porque lo estamos haciendo muy bien. Y quien diga lo contrario es un difusor de bulos. Y tendrá que atenerse a las consecuencias.
Por ridículo que parezca, hay gente dispuesta a creerse estas paparruchas, de la misma manera que hay gente que cree en las apariciones del Palmar de Troya o en el poder curativo de la lejía. Hay gente pa’ tó’, sí. Pero me pregunto si esta táctica política podrá mantenerse en pie durante mucho tiempo. Lo dudo. La gente de la calle, por primera vez en mucho tiempo, empieza a fiarse más de los ingenieros que de los politólogos empachados de ideología.
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