Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
Son acentos que añaden dulzura a nuestro bilioso idioma almeriense. Los encuentras en los supermercados, en las peluquerías de señoras, paseando a nuestros ancianos en sillas de ruedas, en los bares y el sábado pasado desfilando a la hora de la siesta por las calles de Almería. Desde las tres de la tarde los bolivianos se engalanaron para celebrar a su virgen de Urkupiña, patrona de la Integración Nacional, con danzas vibrantes, exotismo, música y color para nuestros sentidos. Y tuvieron suerte de desfilar por el centro de la ciudad porque la descortesía de algún representante del ayuntamiento, en su esfuerzo por hacerlos invisibles, tentado estuvo de enviarlos a ese espacio destinado a las mascotas en el entorno de La Goleta y Cortijo Grande.
Es pasmosa la rapidez con la que resolvimos olvidar que ya no somos migrantes, olvidar el arsenal que hubimos de aprender a usar para sobrevivir en países ajenos a nuestra cultural. Digo esto porque el sábado pasado bolivianos venidos de distintos puntos de la península, desplegaron -mientras Almería dormía la siesta- una belleza de brillo alegre sobra una ciudad mortuoria.
Los pocos que vimos el pasacalles musical nos trajeron el atavismo de cholas exhibiendo sus mantos, ataviadas con sus típicos sombreros de ala corta que evocaban el espíritu de la Pachamama, el Tinkus de Potosí, la tierra donde se extraía la plata que impulsó la globalización hace 500 años, o la Wipala de siete colores que es la voz de los pueblos andinos, como si quisieran hablar con nosotros. Los que desfilaron el sábado pasado, como los cuatrocientos y pico que viven en Almería, pertenecen a un linaje humano que no es el nuestro, pero alguien los quiere marcar en una frontera que me cuesta trabajo comprender. Por eso me duele ese gesto de colocar a estos emigrantes en una esfera como si pertenecieran a una especie distinta a la nuestra. Y recordé, no por perseverar en la tristeza, a aquellos migrantes españoles que salieron de España cuando fuimos soldados en las tropas de la desesperación. Esa descortesía municipal del pasado sábado hacia los bolivianos es un gesto nada inocente que alimenta una hoguera de la que hay gente que ni se preocupa en disimular. Y me duele. Me duele porque proyecta la imagen perfecta de quien cierra los ojos con la misma naturalidad con la que se aprende a olvidar nuestros pasado.Y porque con gestos así se derrumba toda nuestra esencia como personas, incapaces de construir un futuro integrador para esta ciudad.
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