Lo bisexual como síntoma

08 de diciembre 2024 - 03:12

Son habituales las noticias acerca de que la bisexualidad humana, entendida como atracción hacia personas otro sexo o género, no solo se han triplicado en la última década, sino que, reivindicada dentro del movimiento LGBTQ, según la consultora Gallup se seguirá casi incrementando cada generación al punto que hoy sube hasta el 20% entre los jóvenes de 18 a 30 años. Sobre todo, en mujeres y no es casual. Se trata de una práctica transformadora de las relaciones sexuales, que me recuerda aquel estudio del célebre etólogo norteamericano, Calhoun, a final de los sesenta, que experimentó sobre los efectos de la superpoblación social, con un animal de genética tan semejante a la humana como es la rata. Para ello alojó a cuatro parejas de estos roedores en un habitáculo artificial reducido, pero bien acondicionado, donde contaban con alimento e higiene, y solo debían reproducirse. Al cabo de un par de años el espacio ya contaba con casi dos mil ratones hacinados, claro, y fueron surgiendo radicales cambios de hábitos sexuales: los machos perdieron interés por el sexo y se ocupaban más de atusarse el pelaje -los guapos, les llamó Calhoun-, y las hembras dejaban de reproducirse y preferían lo bisexual; las peleas se radicalizaron y la demografía ratonil, cayó en picado hasta que un par de años después en el paraíso pericote solo quedaron unos pocos ratos necios y ancianos. Apenas tuvo recorrido académico aquel estudio, -que conocí en la Universidad de Granada, cuando aún se ensayaba, ¡gracias, profesor Cazorla!-, con la excusa de que al tratarse de ratas, había factores que distorsionaban su alcance. Otros creen que los resultados quizá no sean tan distantes. Y si atendemos a los sicólogos M. Pérez Alvarez y J. Errasti (Nadie nace en un cuerpo equivocado), esa alteración conductual además de contar con factores psicobiológicos, cuenta con un poderoso paraguas económico -su industria ha pasado de mover ocho mil millones, a tres billones de euros en pocos años-, que convierte la innovación transactivista global en una potente fuente de influencia política, donde acaso confluyan, junto a los factores socioreactivos que decía Calhoun otras variables industriales difíciles de confrontar. Todo un síntoma de que evolucionamos hacia una sociedad ubicua en la que, como dice P. de Lora, en el Registro no se inscribirá el sexo sino el género con el que se autodefina cada cual, según tenga el día.

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