Tras un birdie, viene un merdi

Vaya por delante que el que suscribe no tiene ni idea de golf. No caeré en la tentación de hacerme pasar por un tipo sofisticado cuando, en realidad, no he pasado de pegar algún bolazo con los amigos en el minigolf de turno. En cualquier caso, el otro día escuché una frase que llamó mi atención: “Tras un birdie, viene un merdi”. En su contexto natural, el golf, significa que después de hacer un hoyo bajo par (un éxito), el siguiente suele ser menos afortunado. Pero, en general, me parece una genialidad que resume la cara y la cruz de cualquier actuación: el tropiezo que siempre viene tras el éxito.

En esto no influye tanto el azar sino una suerte de mecanismo universal: tras un logro, solemos relajarnos, confiarnos o incluso dejarnos llevar por el entusiasmo, lo que nos vuelve más propensos al error. En el golf, como en la vida, la concentración es clave, y cuando el exceso de confianza nos embriaga, el siguiente golpe suele ser un desastre.

Este patrón se repite constantemente. Tras un éxito profesional llega algún error que nos recuerda nuestra vulnerabilidad. Después de una etapa de felicidad, puede aparecer una dificultad que nos desequilibra. Y es ahí donde radica la lección: lo importante no es evitar el “merdi”, sino aprender a gestionarlo.

Los grandes jugadores no se dejan hundir por un mal golpe. Saben que forma parte del juego. En lugar de obsesionarse con el fallo, miran hacia adelante, analizan y corrigen. La verdadera habilidad no es solo acertar, sino aprender a convivir con los fallos sin que estos definan el resto de la partida.

El secreto no es la ausencia de errores, sino la habilidad para gestionar cada tropiezo. Cada fallo es una oportunidad para recalibrar y ajustar la estrategia. No se trata de lamentar lo que no salió bien, sino de entender qué puede hacerse mejor en la siguiente oportunidad.

En el golf, un mal golpe no anula los aciertos anteriores ni sentencia el futuro del juego. Lo mismo ocurre en la vida. Un error puntual no define a una persona ni borra sus logros. Sin embargo, la reacción ante ese error sí puede marcar la diferencia Así que la próxima vez que sintamos que tras un éxito llega un traspié, recordemos que es una ley que aplica a todo bicho viviente (mal de muchos, consuelo de tontos, dicen). Pero mientras haya partida, hay posibilidad de remontar. Porque, en el fondo, el juego solo se pierde cuando decidimos dejar de jugar.

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