La Bella Revolución, de Ángel Padilla

15 de agosto 2024 - 03:07

Si realizamos un examen profundo sobre la conciencia del ser humano, es decir, si un individuo tiene conciencia y a qué estados superiores de la conciencia puede aspirar, estaríamos de acuerdo que el ser humano, como sujeto político, debe tener. Otra cuestión sería si la ha utilizado o no para aspirar a la mejor versión de sí mismo y, con ello, cambiar o aportar a su entorno un futuro mejor. Pero superado ya el siglo de entre guerras y la muerte de dios, nos queda reflexionar si los animales tienen conciencia o no. Adelanto al lector que el ser humano es un animal y, como tal, nos ofrece la posibilidad de considerar profundamente sobre si el resto de los animales tienen conciencia o no. Desde mi punto de vista personal -estoy convencido de ello- los animales tienen conciencia.

En palabras de Ángel Padilla, autor del libro “La Bella Revolución”, asevera que, por lo general, en las novelas y en los libros de poesía, los animales han aparecido codificados, deformados, burlados. No han sido respetados y pocos autores han usado sus ingenios poéticos para hablar de y por esas otras naciones que cohabitan este mundo con nosotros y que solo por la idea (errónea) de que son inferiores, merecen repudio, cerco y mofa.

La Bella Revolución, de Ángel Padilla, es un libro “sin autor” que ha sido edificado a través de una multiplicidad de voces, en su mayoría de animales, vivos y otros muertos. Un canto que busca ser silenciado, a pesar del mutismo que ha reinado sobre una nación de seres vivos que llevan imperando desde el principio de los tiempos en la naturaleza. A pesar de que gracias a su memoria, a su conciencia e incluso a su inteligencia, han sabido legarnos al resto de los animales que circundan la Tierra su más y querido patrimonio: la vida.

La poesía de Ángel Padilla estalla en La Bella Revolución como una tempestad desatada en el pecho de un náufrago, que proclama aciaga la luz y los valles más íntimos de la memoria. Así se van desgranando sus versos, como un clavel degollado entre la noche, con un poeta que canta a la beldad de las pasiones con la que el mundo nos recibe desde sus inicios más primigenios y ancestrales, desde las más profundas galerías del alma, donde el espíritu y la creación no reconoce otro don que no sea la vida misma con la que el mundo nos concibió un día desde las altas constelaciones de Orión.

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