
Reflejos
Francisco Bautista Toledo
¿Distopía a realidad?
La tribuna
CUANDO aún resonaba en el Ejército francés su derrota de San Quintín ante nuestros Tercios, el 13 de julio de 1558 volvimos a derrotarles en la batalla de Gravelinas. En esta batalla, navíos ingleses intervinieron apoyando desde el mar el ataque español. La batalla de Gravelinas cambió el escenario geopolítico en Europa. Francia y España firmaron la paz con el Acuerdo de Cateau-Cambrésis (1559), que fue un gran éxito diplomático para nuestros intereses en Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña al renunciar Francia a los reinos italianos. Esta batalla fue la última hasta el siglo XIX en la que Inglaterra luchó junto a España, ya que la muerte de María Tudor, esposa de Felipe II, llevaría al trono inglés a su hermanastra Isabel I, que iniciaría una política de alejamiento de España hasta convertirse en su más temible rival.
Asegurados los territorios italianos, en plena aventura americana, embarcados en la defensa de los Países Bajos, pero sin el apoyo vital de Inglaterra, el fin de las guerras de Granada, las consecuencias de la batalla de Alcazarquivir con la unión de Portugal a la corona española y la ralentización de la expansión otomana en el Mediterráneo occidental como consecuencia de la guerra de este Imperio contra Persia y contra los portugueses en el océano índico, terminaron por relegar a este mar a un segundo plano en la política internacional de Felipe II, desplazando el eje de gravedad desde el Mediterráneo al Atlántico, dando fin con ello a la gran pugna existente en el siglo XVI entre los dos imperios asentados en ambas cuencas del Mediterráneo: el otomano y el español.
Pero en el último tercio de este siglo tuvo lugar el enfrentamiento hispano-angloholandés en el marco de las guerras de Flandes (1568-1648) y anglo-española (1585-1604), con hitos importantes en la guerra naval como la actividad de los corsarios ingleses John Hawkins y Francis Drake contra la flota de Indias, los ataques a Cádiz, Lisboa y La Coruña, y el enfrentamiento con la armada holandesa.
En estas guerras, el mediterráneo occidental fue uno de los escenarios utilizados por ingleses y holandeses para atacar la navegación española y bloquear durante meses los principales puertos del sureste peninsular español. Para ello, los ingleses y holandeses tuvieron que aprender a surcar las peligrosas aguas del estrecho de Gibraltar en los momentos más propicios del año, cuando las corrientes marinas no eran tan intensas, estableciendo contacto con los piratas de Argel y Túnez para, a cambio de adiestrarles en el manejo de los buques de vela con casco redondo, tan necesarios para la navegación en el océano, asegurarse fondeaderos, dotaciones y barcos. El apoyo de los berberiscos a los ingleses y holandeses permitió a estos atacar nuestras rutas de navegación desde sus refugios en los puertos del Magreb, especialmente en el espacio geográfico que el historiador francés Fernand Braudel denominó "la Mancha Mediterránea", es decir, el espacio acotado por el estrecho de Gibraltar, Valencia y Argel, en una especie de cuello de botella que debían atravesar todas aquellas naves mercantes que comerciaban en los puertos mediterráneos. En este contexto, las costas de Almería fueron testigo de batallas navales entre españoles y angloholandeses, destacando la llamada batalla del Golfo de Almería, también conocida como la batalla de la Bahía de Almería, que sucedió en agosto de 1591 cerca del Cabo de Gata, con victoria española.
El Adelantado Mayor de Castilla, Martin de Padilla y Manrique, al mando de una flota, avistó frente a las costas de Almería unas velas que no arbolaban estandartes hispanos. Al llegar a distancia de poderlas distinguir se dieron cuenta que eran naves holandesas e inglesas, a las que acometió con tal furia que rompió su formación, las puso en fuga no sin antes apresar a 20 naves holandesas y 3 inglesas, que llevó remolcadas al puerto de Almería, sin apenas bajas del lado español. En esta acción, resultaría herido Martin de Padilla de un astillazo en la cara. 425 años después, las aguas del Cabo de Gata ya no son el escenario de batallas navales hispano-angloholandesas, pero sí de otras acciones de los nuevos "corsario y piratas" del siglo XXI, que utilizan la "sucesión de llanuras líquidas comunicadas entre sí por puertos más o menos grandes", como Braudel definió el Mediterráneo, para comerciar con los esclavos de nuestro tiempo, los inmigrantes irregulares.
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