
Equipo Alfredo
Tomatito de oro
Comunicación (Im)pertinente
Algunas veces los humanos lanzan mensajes maquinales, como si fueran servidores automáticos. Tienen relevancia extraordinaria, toda vez que denotan un punto de vista que se pretende dar por consabido y, desde esa posición de supuesta obviedad, generalizarse al conjunto de la población. Si ello parte de un emisor suficientemente conocido, entonces el efecto se incrementa de manera exponencial. Estos días atrás, Rodríguez Zapatero ha defendido públicamente una de las últimas ocurrencias de Pedro Sánchez. El apoyo en sí no constituye novedad estricta. Zapatero hace tiempo que decidió asumir el papel de senescal del socialismo español, más en la línea de lo que fue el mayordomo mayor del reino en la corte leonesa. Esta vez salió al quite de una de las últimas ocurrencias de su señor, amparando sin ambages la cesión de competencias y poderes que ha pactado con Carles Puigdemont. Lo sorprendente en esta ocasión ha sido el argumentario empleado, bastante naif y populachero, poco acorde con el tono y el talante que lo han caracterizado. Para Zapatero quien no acepte estas medidas de Sánchez simplemente es que no comprende España. Yo diría que es más bien justo lo contrario, que quejarse de esa barbaridad equivale a tomar conciencia de que la España eterna ha vuelto, si es que alguna vez se había ido del todo. Resulta que Puigdemont ha perdido en todos los escenarios posibles durante los últimos procesos electorales. Obtuvo pésimos resultados en las elecciones generales y en las europeas, se estampó clamorosamente en la catalanas y el panorama municipal no es mucho más halagüeño, excepto en sus feudos ultranacionalistas que, por cierto, tampoco están entre lo más granado de Cataluña. Sin embargo, su pírrica (pero estratégica) presencia en el Parlamento español le permite gobernar a golpe de capricho desde Waterloo. De lo contrario, a Sánchez se le mueve tanto el trono de la Moncloa que amenaza seriamente a caerse de él. Esto, en efecto, es una verdad de la España eterna. El pícaro, en todas sus acepciones y niveles, ha recorrido las páginas de nuestra historia, urdiendo trampas, haciendo amaños del más variado pelaje, manejando verdades a medias, engañando a todo hijo de vecino. Sánchez es digno heredero, a lo grande, de Lázaro de Tormes, de Guzmán de Alfarache o del insigne Buscón de Pablos. Ahora anda de nuevo en tratos con Puigdemont, saltándose incluso a Salvador Illa, president de la Generalitat y antiguo ministro suyo. Todo vale para mantener la Moncloa. Convertir ese negocio de trileros en una reflexión sobre la naturaleza de España sería una frivolidad mayúscula para cualquiera, excepto para Rodríguez Zapatero. Estoy convencido de que lo cree a pies juntillas, por lo que yo diría que ha vuelto a su casilla de salida, cuando fuera (y dentro) de su partido, lo tildaban de bambi, para describir a un líder bonachón, crédulo, despistado e ingenuo.
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