Reflejos
Francisco Bautista Toledo
Víspera de difuntos
Lo he dicho en otro momento y lugar, pero siempre conviene recordarlo: los Sanfermines son una fiesta de naturaleza salvaje y turbamúltica, de ebriedad, fornicación y violencia desatadas. Hay un porcentaje importante de pamplonicas que, en los días previos al chupinazo, abandonan la ciudad y se toman unas vacaciones temporales; huyen despavoridos antes de la llegada de la turba grosera y nauseabunda. Viví casi ocho años en Pamplona, allí estudié y allí tengo familia, y conozco perfectamente lo que acontece todos los años a partir del seis de julio. Los Sanfermines se convirtieron en lo que hoy son desde que, tras varios factores decisivos, se produjo un efecto llamada internacional y todos los bestias del mundo decidieron acudir a Pamplona una vez al año para desmadrarse sin freno. El factor más determinante fue el éxito mundial de la novela “Fiesta”, escrita por el literato-periodista Ernest Hemingway en los años veinte. El escritor estuvo varios años en los Sanfermines de hace un siglo y quedó prendado de la fiesta, por su mezcla de báquica diversión y la violencia emanada de la tauromaquia. En la novela hace una descripción del lugar y la celebración con carácter autobiográfico, sin rehuir a un cierto exotismo propio del turista anglosajón que busca el tipismo y el tópico de incivilización asociado a lo ibérico. En ello no es muy diferente a los estúpidos visitantes ingleses del romanticismo decimonónico, cuando venían buscando encontrarse con una raza atávica, de hembras fáciles y calientes y varones toreros, chuscos y agresivos. Los protagonistas de la novela de Hemingway son unos turistas desinhibidos, que se integran emborrachándose y arriesgando su vida en los encierros. La inevitable presencia de la muerte, del morbo, garantizó el éxito internacional de la novela y, por extensión, hicieron famosos a la ciudad de Pamplona y a su fiesta. Y las convirtieron en objeto de deseo de todos los borrachos y salvajes que por el mundo vagan. Por eso, cuando muchos defensores de la fiesta se rasgan las vestiduras ante denuncias de acoso sexual, violaciones y otras violencias, constato que el avance de la estupidez es algo generalizado, sin vuelta atrás. Se olvidan, entre otras cosas, que la humanidad ha legitimado una fiesta en la que, diariamente, los servicios sanitarios tienen que atender a decenas de alcoholizados y a varios heridos –algunos de gravedad-, y cada cierto tiempo hay alguna víctima mortal. Es el capricho de una diversión injustificable.
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