Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
Me pregunto qué lleva a algunos a votar a la extrema derecha. Las causas deben de ser muchas. Y deben de estar relacionadas con las ideas heredadas del entorno, es decir, la mentalidad. La mentalidad cambia con la edad y con las experiencias vividas, pero en materia política deviene directamente de la crianza y la educación. Y sus cambios son lentos. Tanto, que he conocido gente de izquierdas con mentalidad conservadora. Al revés, no. Sobre todo en lo concerniente a la moral sexual, a la propiedad, a la identidad colectiva y a la seguridad propia, la mentalidad tiende a soluciones, normas y costumbres restrictivas, tradicionales, conservadoras. De ahí que la ideología individual se vaya formando –alimentada por los medios de comunicación, sobre todo por las televisiones– con ideas contrarias a la inmigración, que se relaciona con la delincuencia; a Cataluña, considerada con envidia como la región más rica y pujante; a los homosexuales, como contrarios a la moral y las buenas costumbres; a los comunistas –por ampliación, la izquierda–, que no aceptan la propiedad privada…
Sumemos a todo eso otros factores sociales. El acceso de los jóvenes a la vivienda y a la posibilidad de independizarse de la familia es, sin duda, el más potente. Constituye el gran problema del país actualmente. Y es, seguramente, el factor que más empuja a estos segmentos sociales a posiciones fascistas, por más que la extrema derecha nada les proponga en este aspecto. Pero si en el sistema no le dan solución tampoco, arguyen, habrá que ir contra el sistema.
Sumemos también el afán de ser alguien. Tuve un amigo en la adolescencia que, aunque no tenía ideología definida alguna, se afilió a Fuerza Nueva porque allí se le saludaba brazo en alto: como si fuese alguien. Ser alguien, ser como los iguales, encuadrarse en un grupo diferenciado del común. Es como entrar en la semiclandestinidad de una secta, de una hermandad, de un club exclusivo. Ser distinto y ser de un colectivo distinto. Diferenciarse sin renunciar a la integración entre los que sienten lo mismo.
A todo eso lleva la macroeconomía, que no permite soluciones eficientes a los problemas de los colectivos; el cierre de la maquinaria orgánica de los partidos, que no da paso a nuevas individualidades; las políticas lentas de los gobiernos…
Sólo un gobierno eficaz, osado y valiente puede frenar el ascenso actual de la extrema derecha.
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