Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Los afanes de los días suelen acaparar al común que ha de vérselas para sacar esos mismos días adelante. Por tal casusa, la atención o el seguimiento de la actualidad política no resulta algo fácil o atractivo. Si, además, las adscripciones ideológicas, en el solar patrio, son no poco inamovibles por una atávica lealtad banderiza, más debida al deseo de cerrar el paso a los oponentes que a la convicción del acierto de los partidarios, la capacidad de situarse críticamente ante los asuntos políticos por públicos, o al revés, es escasa o resulta mal interpretada, primero, y rechazada, después, si no a la vez.
Suele utilizarse también el sintagma de la judicialización de la política para cuestionar procesos judiciales que afectan a quienes la ejercen. Y de politización de la justicia cuando los pronunciamientos y las votaciones de tribunales o consejos superiores son previsibles a partir de la implícita, pero no tanto, adscripción política de sus miembros. Únanse, además, coyunturas de intereses partidistas en la configuración de mayorías parlamentaria; disposiciones legislativas que, ante la dificultad de su aprobación, tuercen o abigarran sus contenidos; o declaraciones maximalistas para contentar a partidarios ensalzados. Además de otras perturbaciones de los asuntos públicos -sobre todo debidas a que debieran serlo y no lo son-, que desbaratan eso que se dice gobernanza, aunque no lo sea, ya que así se denota una forma de gobernar eficaz y adecuada a los fines -necesariamente deberían ser de interés público- que se persiguen.
Este estado de las cosas -o de las cosas del Estado- sin mesura, beligerante y hasta en bastantes ocasiones frentista y polarizado acapara, entonces, la actividad política y quedan desplazadas o preteridas, aunque se proclamen enfáticamente, las prioridades sustantivas que afectan a la doméstica microeconomía, a la emancipación de los jóvenes, al acceso a la vivienda, al descontrolado curso de la inmigración y, como trasfondo, a los fundamentos y estabilidad del sistema político y social. Ya que, a falta de una moderación sensata -bastante más que un centrismo ecléctico o equidistante-, se acrecientan extremismos radicales para buscar soluciones perversamente simples ante los riesgos de coyunturas y situaciones que pueden llevar al desgobierno.
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