Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Para el común de la gente -algo distinto a la gente común-, las preocupaciones cotidianas quedan lejos de las controversias políticas y del funcionamiento de las instituciones del Estado, aunque, al cabo, resulten influidas por ello. La actualidad informativa, a través de los medios de comuni-cación, y el debate animado por la verbosidad tertuliana tienen, no obstante, audiencias notorias y el panorama político e institucional está, en estos momentos, no poco perturbado. Procedimien-tos judiciales que afectan nada menos que a destacados fiscales; informes encomendados a la Guardia Civil; declaraciones voluntarias, e involuntarias, de imputados o afectados por distintos delitos; comentarios informales, pero reveladores, a través de mensajes de WhatsApp; registros policiales en dependencias de altas instituciones; visita al notario, ante filtraciones compromete-doras, con dimisión posterior; medios informativos próximos para la difusión de aquellas; ruedas de prensa silenciadas; salidas por la tangente cuando se está en el filo de la navaja… Pensar que escampará, que otras “actualidades” o controversias sobrevenidas, o inducidas, harán olvidar o menguarán las precedentes, si es que no se acude al nefasto recurso del “y tú más”, no hacen sino extremar el estado de las cosas para que tomen una deriva bien poco halagüeña e indeseable, acrecentada por el sectarismo y amenazante con el radicalismo -una cosa lleva a la otra, si es que ambos “ismos” no son lo mismo-. Los comentarios o las opiniones de los lectores, sobre artículos o informaciones de estos asuntos en la prensa, no deben tomarse como representativos del común de la ciudadanía -algo distinto a la ciudadanía común-, pero señalan el “tono” de las reacciones y anticipan el alcance que pueden tomar las cosas si no se corrige el desvarío. Desafortunadamente, el sectarismo, ya se ha dicho, predomina y los hinchas no ocupan solo las gradas de los estadios, sino que “militan” con una profesión de fe a medias entre ideológica y fanática. De resultas, lo que hagan “los míos” siempre es legítimo, o son falsas las atribuciones, o peor aún lo hacen “los otros”. No caben, por tanto, posturas críticas y, con ellas, el mejor efecto de la participación ciu-dadana en los asuntos públicos. Cruzan mensajes algunos fiscales sobre el cianuro -poca broma- y que no aparezca el arsénico por compasión.
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