Pues yo lo veo así
Esteban Requena Manzano
Tergiversaciones agrevivas
Luces y razones
La vida de los mortales necesita aposento y techo cubierto. Aunque nuestros primitivos antecesores no tuvieran asiento y deambularan de una parte a otra del mundo, pues les llevó algo de tiempo reparar en las virtudes del estarse quietos, en la fertilidad de las siembras y las tierras labradas, e incluso en la aquietada ferocidad del ganado y su provisión de víveres. Verdad es, también, que reposar o dormir a cielo abierto, cubiertos con la estrellada sábana del firmamento, si las bondades del tiempo no requerían más abrigo, era uno de los ancestrales placeres cotidianos. Hogaño, cuando hasta la posmodernidad se va quedando antigua, no tener una morada donde recogerse con uno mismo, o en favorecedora compañía, produce estragos penosos y trastoca las disposiciones del ánimo y de la voluntad. Y hasta el vaporoso velo de las noches resulta una severa amenaza en el abandono de un rincón de la calle con tabiques de cartón. Por eso esta antigua y sencilla casa, derruida asimismo por el abandono y el descuido, hace pensar en las domésticas estancias donde transcurrió buena parte de la vida de sus moradores. Y la impresión ante los muros añosos, desvencijada y caída la puerta, a cielo abierto la morada por el derrumbe del techo, acaso sobrecoja más por la evocación de esa vida que se cobijó a su amparo.
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