Antonio Lao
Día de la Provincia, algo más que medallas
Alguno le llama galbana -en almeriense llano suena ‘garvana’- a esa flojedad invasiva que otros denominan astenia, para aludir al estado anímico que cursa ajeno a estímulos y deseos, que te atrapa y empapa cuando arrecia la calor. Un estado que garantiza una aburrición chicha de las ganas por todo lo que no sea el glorioso asueto del no hacer nada, del nada esperar, del sumergirse en ese vuelo raso en el que, apeado del mundo, uno solo aspira a que el mundo lo deje en paz. Y alguno creerá que es algo natural, de aquellos reposes del usar y tirar, pero no: es un arte. Un arte además polémico donde los haya, porque hay quien, como la presidente de la Sociedad de Estudios del Aburrimiento, J. Ros, sostiene que el aburrimiento nada tiene que ver con el descanso ya que lo último que hace tu cerebro es descansar. Aunque tampoco falte quien, como la profesora S. Mann, lo califique de fuerza poderosa, silente y poco ostentosa, que inspira creatividad. Tesis por lo demás avalada de antiguo por el cínico O. Wilde, para quien aburrirse a tiempo era la condición perfecta del hombre, porque quien no se aburre -decía, y yo lo creo-, no piensa. Así está el mundo como está, -esto no lo dijo, pero quizá lo pensara-. Lo que sí sé es que aburrirse nos aísla y nos vacía, nos eleva y condena al retiro introspectivo porque más que una mala hierba, es un aliño selecto que ayuda a digerir el vacío existencial a rebufo de las motivaciones en desbandada. A sobrevivir aletargado ante la narcosis mediática de los sectarismos. A entender algo del hastío al que nos condena la hiperactividad acrítica. A innovar y ordenar corduras íntimas, en modo avión, con las sinapsis cerebrales al pairo entre la piadosa neutralidad de las emociones. Con la fatua aspiración a convertirse en toda una ciencia, la ciencia de la aburridología, para reclamar cierta predisposición de acceso y de tiempo, incontrolable, de permanencia inerme hasta el rescate incierto. Que quien alcanza la inacción ideal, el aburrimiento perfecto, acaba sumergido, quiéralo o no, en una revolica reflexiva, concienzuda del mí mismo, con secuelas indecibles, a veces creativas, siempre curiosas. Probablemente no será así, lo sospecho, pero lo desvele o no, otro día tal vez les cuente, sin prisas, lo que experimente. Por intentarlo que no quede. Así que me despido hasta septiembre o por si acaso, no fuera a encontrarle el punto a la sofistería, hasta siempre.
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