A Vuelapluma
Ignacio Flores
No son las emociones, son las deudas
2023 termina como empezó, aciago. No pasará a la historia como uno de los mejores de la década de los dos mil en casi ninguno de los parámetros que pretendemos medir. Comenzaba con malos presagios: la guerra de Ucrania se recrudecía, los muertos en las trincheras y en el campo de batalla se multiplicaban por miles y la inflación comenzaba a hacer de las suyas. La economía se resentía como nunca y los precios se disparaban en una concatenación de meses y cifras, que los más desfavorecidos van a tener difícil olvidar.
No mejoraba el clima con el paso de los meses, al contrario. La meteorología se empeñaba en dar la razón a aquellos que creen que el hombre es capaz de modificarlo, y a fe que lo está logrando. La sequía se ha adueñando no sólo de España, sino de muchos de los países de nuestro entorno, que nunca han visto temperaturas similares y, ni muchos menos, períodos tan largos sin lluvias. Aquí nos empeñamos en mantener los grifos más abiertos de lo necesario, mientras que la solidaridad entre cuencas o pueblos brilla por su ausencia. “Lo mío es mío y si tuviera o tuviese algún excedente prefiero que vaya al mar antes de aliviar la sed del vecino”. Y así nos va.
Aquellos que nos gobiernan, en la búsqueda de alternativas se empeñan en “tirarse” los trastos a la cabeza en busca de réditos políticos a corto plazo, antes de mirar en lontananza y con las luces largas de las soluciones reales. En este mundo de locos que nos ha tocado vivir, por si faltaba algo, el polvorín de Oriente Medio estalla en mil pedazos en la enésima disputa israelo-palestina que amenaza con un conflicto internacional a poco que avives o prendas algo más la llama.
Y en esas estamos en este pequeño rincón del mediterráneo, con nuestras cuitas agrícolas, nuestra economía turística a pequeña escala que coge una gripe cuando un centro europeo estornuda y a la espera de que escampe cuando lo que hace la tormenta es arreciar. Salvamos los muebles de los precios agrícolas, pese al aumento desaforado de precios. Con la competencia creciente de los países de nuestro entorno, como el Ave Fenix resurgimos y volvemos a resurgir de nuestras cenizas, cuando nadie o casi nadie da un euro por nosotros. Mantenemos intacta nuestra capacidad de regeneración, de innovación, creatividad y fuerza, casi sin la ayuda de quienes deberían vivir para protegernos. Y es que somos capaces de sostener nuestras raíces fenicias de supervivencia vivas como nunca en las peores condiciones posibles.
Un año, como les decía para olvidar, en el que los hombres y mujeres de esta tierra son capaces de adaptarse al ritmo vertiginoso de los acontecimientos, luchando contra los elementos y trabas permanentes, con la misma fuerza y voluntad de superación de siempre o incrementada. La necesidad obliga a caminar por el alambre sin que nadie ose derribarnos.
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