
La Rambla
Julio Gonzálvez
Pareces más joven
El divertimento de relacionar los andares con el talante de quien camina no es raro y tal vez venga propiciado por ese resorte instintivo de entender el mundo que tanto entretiene a quien lo practica, siquiera alguna vez. Porque ya me dirán si no resulta sugestivo ese bamboleo tan lleno de gracia de la ‘menina caminho do mar’ de Ipanema, o que no pasma aquel tumba’o vacilón que tienen los guapos al caminar, estilo Pedro Navaja, entre tantos otros prototipos de caminares, unos de pisada enérgica y puño al frente otros de puntillas o taconeo, mostrando palma o palmito, ya con brazos que oscilan o pegados al costado, tiesos como palos. Una gama de variables expresivas que amplían ad infinitum la singularidad de los bípedos y hasta de algunos cuadrúpedos: es fama la legión de devotos que tienen los andares del cerdo. Y no son fáciles de interpretar por eso, por la inmensa gama de mímicas y movilidad corporal, ya aviso, pero por su gracia y a fuer de observar, a veces se atina algo del talante del andante. Acaso menor dificultad interpretativa que los andares, puestos a entender la realidad, presenta el desafío de catalogar las andanzas azarosas de esos personajes que se supone debían ilustrar con su ejemplo cierta dignidad cívica, dado su exposición pública, y que sin embargo escandalizan no tanto por su desorden ético, como por el despilfarro de los recursos públicos a su disposición para la gobernanza, malgastados en correrías privadas. Me refiero a todas esas impudicias noticiadas sobre los cabildeos de las mascarillas de ocasión, o los hidrocarburos sin ivas, las adjudicaciones amañadas de obra pública, las correrías de madrugada por aeropuertos trasegando con maletas furtivas, o los alquileres de villas de lujo para veraneo, los viajes a paraísos fiscales asistidos de secretarias de ocasión, dietadas a cargo del Estado, o a las reuniones de trabajo con señoritas de alterne en pisos anónimos, quizá para aliviar los estreses. Esto, solo un suponer, claro. Todo ello protagonizado por quienes a la vez predican contra los puteros que esclavizan a quienes pagan por servicios sexuales aunque luego sus pillerías los desvelan como adeptos irredentos a la putería criticada. Y este tipo de andanzas, al margen de la condena que merezcan en sede judicial, al contrario que con los andares, resultan fáciles de interpretar: si el poder corrompe, en este país andamos hoy rodeados de poderosos corruptos.
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