Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
Los niños, como la mayoría de los adultos, se enfrentan a la muerte en algún momento de sus primeros años. Un día mi nieto lloraba desconsolado porque murió su mascota. Me preguntó si él también moriría y, con una sola frase, dejó de llorar: “Mauro, todos moriremos, pero a mi me gustaría morir sin dolor, como tu mascota” Las redes sociales están llenas de quejas acerca de temas relacionados con el área de la salud en Andalucía. Aunque más que quejas parecen partes de guerra que los ciudadanos claman ante la falta de seguridad del sistema sanitario andaluz, impotente ante las largas listas de espera o la disminución de los centros de atención primaria; privatización de quirófanos, urgencias quirúgicas o las derivaciones a hospitales privados. Son cerca de diez mil protestas ciudadanas las que el Defensor del Pueblo Andaluz entregó el año pasado en el Parlamento, un 12% más que el año anterior, y creciendo.
Que seamos acreedores a una atención sanitaria pública de calidad es un derecho porque la enfermedad acecha en la puerta de la casa, en la calle, en la cama, a la mañana siguiente de una noche feliz.Pero la progresiva aplicación de políticas neoliberales del gobierno de Juanma Moreno, no está instalando en una progresiva inseguridad cuando la sanidad se convierte en mercancía, dejando el sistema pública de saluda hecho unos zorros.
Fue hermosa mientras duró aquella conversión de balcones y ventanas. Me asomaba a mi ventana y contemplaba la soledad de las calles y el calor solidario de la gente aplaudiendo el esfuerzo de aquellos sanitarios contra la muerte. Los enviamos al frente sin casco ni pertrechos, con sus bolsas de plástico de basura por toda protección, y ahí estaban, jugándose la vida, con la generosidad de los grandes.
Apenas han pasado cuatro años y los poderosos han hecho de la pandemia un escudo contra la impunidad. Los términos de la salud se han abaratado, las colas de espera se parecen a las que aguardan junto a la barca de Caronte, los recursos se derivan hacia la sanidad privada en detrimento de la pública y la atención primaria, la materia prima de la sanidad pública, hoy es una profecía sin esperanza.
Ayer conquistamos las fronteras de una sanidad pública respetada, pero hoy vivimos a la intemperie momentos de desesperación buscando la superstición del ansiolítico, el remedio de la pastilla cuando la fiebre clava su garra o la muerte me alcance sin remedio, que sea bien atendido en un hospital o en mi cama y, como la mascota de mi nieto, sin dolor.
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