Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
Lo que le ha faltado siempre a Almería es el presente, pero eso no es tan grave si tenemos en cuenta que el presente, es tan efímero que mientras está siendo, está dejando de ser. Esa es la razón por la que hay que estar siempre pensando en el futuro, pues llega rápido, y en llegando a presente, desaparece por convertirse en pasado.
Ese ha sido siempre el problema: soñar saboreando el presente cuando éste ha sido dulce, sin darse cuenta de que ya estaba saboreando, una vez más, el pasado.
En su Pasodoble P’Almería, dice Carlos Cano: “ Miradla parece tan sola será / que no sabe que le doy mi amor. / Será que mira a Barcelona / donde se le ahoga medio corazón.” Pero mientras tanto ya tenía otro pedazo de corazón en Alemania. Mientras España despertaba, Almería había enviado un trozo de corazón a Barcelona y otro a Alemania. Tenía experiencia, pues ya había enviado buenos mozos a Argelia.
Pero las uvas que se saboreaban hasta en la India, dejaban poco azúcar en Almería, y siempre era en las mismas casas. En Almería todo ha estado siempre muy controlado. Así, ese puerto que siempre ha servido para que llegaran un puñado de jornales por la calle de El Encuentro, y por el Reducto, en realidad no era de esa zona, pues en realidad el puerto era “o una empresa privada de carácter público o una empresa pública de carácter privado”, que nunca lo he tenido claro, y cuyos usufructuarios podían llevar inmaculadamente blancos y perfectamente almidonados los cuellos de las camisas, pues a sus casas no llegaba ni el polvo del mineral, del cable inglés ni del francés, ni el gris del faro, y encima lo que podía haber sido una reconversión, con la planta de Dragados construyendo plataformas petrolíferas en la que había buenos empleos y buenos sueldos, se fue al garete en cuatro días. Lo mismo que se fueron los graneles de abonos que llegaban o los que se iban en forma de cristales de yeso. Cuando ya estábamos en esas y habían cambiado los usos y costumbres de los puertos españoles, y ya el barco de Melilla se convirtió en transporte internacional y desaparecieron los cartones de tabaco rubio que traía “El Caliche”, y construyeron una aduana, y cada vez languidecía más el puerto, construyeron la valla de la vergüenza que cortaba a cal y canto la comunicación con el puerto. Y tampoco nadie dijo nada, algo normal en Almería, por cierto. Y el gerente de RENFE tuvo algún problemilla con sus jefes. Hace unos días recordó el tema en estas páginas “el Torri”, pero “mírala, mírala, ahí está” como la Puerta de Alcalá. Que por cierto, desde la restauración está como una mocita.
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