Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
La vieja estación de tren de Almería está cargada de un misterioso poder y elegancia. Aunque por dentro se la vea diáfana, desgastada, atacada con furia su vaciado, en sus paredes habitaban mensajes y dibujos gráficos de la gente que reflejaba una época. En ella muchos almerienses encontraron un lugar en el mundo desde donde partir. En ese vacío solemne se guardan también las historias de todo en lo que ha fracasado esta ciudad como sociedad, de tal modo que esa estación es también un bien sagrado y temible. Quizás por eso la alcaldesa haya pedido su cesión al ministro de Transportes, Óscar Puente.
En su misiva al ministro dice la alcaldesa que la ciudad necesita ese espacio para “uso cultural”. Es probable que esté pensando en un nuevo recinto expositivo del que no sabría decir si es para que los futuros pasajeros, mientras esperan el tren, vaguen sin agobios intelectuales por sus dependencias o es que ese “referente cultural” que propone para la Estación de Almería es una ocurrencia más sin definir, dada la timidez del ayuntamiento en su enclenque apuesta por una política cultural de calado para la ciudad.
Yo creo que el Ayuntamiento de Almería, antes de pedir espacios “para uso ciudadano”, debería definir qué política cultural quiere para su ciudad y asumir que la verdadera cultura está en la calle, en las aceras, en las formas de vivir, en las esquinas de la ciudad -esa con la que sanciona el ayuntamiento con una tasa semestral a artistas, actores o músicos por desplegar su arte en la calle- la cultura que interpreta la historia y la vida de la ciudad, la cultura no domesticable.
Tal vez con el tiempo, en ese espacio hoy vacío de la Estación o su entorno, un día me encuentre propuestas de alto protagonismo cultural y pueda ser lugar de acogida para celebrar conciertos y exposiciones, como su gemela la Estación de Francia en Barcelona o, como en la Estación Norte de Valencia, disfrute de dos usos diferentes e independientes a los que Almería se asome y sirva de linterna para alentar una colaboración conjunta entre Ayuntamiento de Almería y Ministerio de Transportes, porque no todo tiene por qué pasar por la cesión.
La grandeza no está en gritar para ganarle el pulso a un ministro díscolo, con el que no se está de acuerdo; la grandeza está en pensar, crear y hacer ciudad con aquellos con los que no estamos de acuerdo. Ahí es donde reside la política, en la magnanimidad. El resto forma parte del teatro, muy dramático, de la política.
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