Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
Estaréis acostumbrados a oírme que "en España tenemos veintitrés millones y medio de seleccionadores para el equipo nacional de la RFEF, y otros tantos Presidentes del Gobierno del Reino de España". Pero, gracias a que en Cuba se escuchan voces disidentes con el Gobierno de La Habana, todo son lecturas sobre lo que tendría que hacerse allí, y cuál debe ser la actitud de nuestro Gobierno. Por tanto, junto a los dos anteriores, el de Ministro de Exteriores empieza a ser un empleo con pujanza extraordinaria en el mapa laboral español. Uno, que sabe por dónde anda el saber popular (el del pueblo, no el del partido), no puede más que extrañarse de la capacidad de propuesta de auténticos ignorantes. Por ejemplo, ya existen cadenas de firmas exigiendo una intervención internacional en aquella isla caribeña. Si por EEUU fuese, con poco trabajo haría la tarea; su experiencia en Sudamérica es extraordinaria: además de Colombia, a la que arrebató Panamá, no le quedaría por intervenir militarmente más países de habla española. Recordemos cómo ya en 1898, la independencia de Cuba se fraguó en el simulacro de hundimiento de Maine, después de entrar en La Habana, sin previo aviso. Lo que no comprendo es ese vicio de querer hacer comulgar con ruedas de molino la inteligencia ajena. Claro es que el sistema cubano no es democrático, pues no hay pluralidad política en las elecciones… "¡pero tenéis que condenarlo!", se nos dice a los que señalamos las injusticias que crea el sistema capitalista. Pocas veces encontraremos personas sensatas que sepan que, entre el blanco y el negro, hay toda una gama de colores. Y es que nada está ganado para siempre; del mismo modo que, afortunadamente, nunca estará todo perdido definitivamente. Cuba, ahora, no es más que una piedra arrojadiza. Estos días están matando manifestantes en las calles de Sudáfrica, aquel lugar del que hace ahora once años nos trajimos un campeonato del mundo, y del que parecía que después de la presidencia de Mandela todo estaba ganado para la igualdad de sus gentes. ¿Tendremos por ello que pedirle a la Derecha que abjure del capitalismo? Me recuerdan estos clamadores del libremercado a los necios que creéis que la pobreza de este mundo se acabaría con la renuncia de la Iglesia católica a todos sus bienes materiales. A ver, que lo que Jesús dijo fue que, después de eso, le siguiéramos (no que se acabase la explotación).
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