
Equipo Alfredo
¡Qué bonito es el amor!
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha roto cualquier previsión que los más sesudos diagnosticadores de la economía y la política hayan sido capaces de pensar. El presidente de los Estados Unidos ha entrado en su segundo mandato como un elefante en una cacharrería, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, en un pasatiempo diabólico, lo más parecido al Juego del Calamar, en el que el más mínimo error se paga con la evaporación de billones de dólares o euros, qué importa la moneda.
Cualquier atisbo de coherencia ha quedado hecha añicos, rota en mil pedazos, al albur de los caprichos de un presidente iluminado y arropado en sus devaneos mentales por una trouppe de aplaudidores, urdidores y estómagos agradecidos, capaces de llevar al planeta a la ruina enconómica sólo en semanas.
La tristeza ha invadido los mercados financieros y el miedo se ha apoderado de las bolsas del orbe, en la misma medida que el señor Trump, en su delirio, pasa los fines de semana jugando al golf, ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor.
Estados Unidos fue una gran potencia que se diluye a pasos agigantados, en la misma medida que sus competidores, con más potencial, mayor criterio y coherencia, le dan bocados a su economía, a su bienestar y a ese orgullo de años digerido, que ha acabado por devorarlos.
El megalómano presidente no escucha a nadie, ni a aquellos que una vez tomadas las decisiones le susurran al oído para que retroceda en sus apuestas o las posponga viendo la debacle que se abre ante sus ojos.
El sueño imperialista se esfuma en la misma medida que el lenguaje soez se apodera de un Donald Trump superado por los acontecimientos, y como un burro con anteojeras, sigue adelante sin importarle lo más mínimo de lo que ocurre a su alrededor. Es tal la idioticia en la que está sumido, el ya no amigo americano, que cualquier análisis que se haga de lo que sucede se topará siempre con palabras salidas de tono, argumentos de matón de discoteca y nulo criterio.
Estamos, por tanto, en un mundo cambiante en el que las ideas peregrinas de unos pocos son capaces de poner en jaque a los demás. Aquí, en esta esquina nos encontramos los almerienses buscando mercados para nuestras hortalizas y nuestro mármol. Preocupados por las salidas de tono del visionario presidente, pero con argumentos suficientes como para dejar de lado a Mister Marshall y buscar en un mundo globalizado los mercados que el americano nos niega hoy. Juntos y con la serenidad que da el trabajo bien hecho, la provincia se dispone a seguir en la brecha de la innovación y búsqueda de mercados para unos productos de calidad, que acabarán inundando otros países y que nos harán olvidar un imperio venido a menos, que trata de mantenerse a flote con ideas peregrinas, con argumentos falaces e ideas obsoletas.
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