Antonio Lao
El silencio de los pueblos
EL vaso mientras se llena no tiene filtraciones, pérdidas o derrames por ninguna parte. La paciencia permanece sólida, inamovible, intacta, con la serenidad que provoca la inmutabilidad, aunque a medida que sube el volumen se inicia un proceso de efervescencia imperceptible, casi como un volcán, larvado y sereno, pero que sigue ahí.
El tiempo acaba por hacer el resto. Sumas desplantes, ignominias y olvidos que elevan el gorgoteo en la misma medida que el entorno se suma por efecto simpatía, hasta que la lava se dispara o la tensión estalla hasta inundarlo todo. El aguante tiene un límite. Las pérdidas se hacen insoportables y la búsqueda de soluciones para que la corriente no te arrastre se imponen en la misma medida que aquellos que buscan contener la onda expansiva se afanan en taponar las grietas. No será posible. Nada volverá a ser igual.
El sector agrícola ha dicho basta. Los trabajadores del campo, generalmente pacientes y dedicados a sus cultivos y sus tierras, ha decidido exteriorizar su malestar y sus problemas y no van a parar hasta que las soluciones no se impongan frente a la inanición y a los olvidos. El campo está en guerra. Ese campo que durante la pandemia todos logramos respetar como los auténticos héroes que nos dieron de comer por encima del virus y que luego entró en la hibernación de aquellos que debían poner las soluciones para sostener un sector primario básico y fundamental para la alimentación de los humanos. Sequía, inflación y competencia de países terceros son heridas que sangran desde hace demasiado tiempo y que nadie es capaz de suturar. Curas que, como las listas de espera, se han dejado olvidadas en el tiempo porque no interesaban sanar, o por dejadez, o porque la tribu y el rebaño seguía en calma pese a trabajar a pérdidas. Pero esto se acabó. El campo se ha plantado en la búsqueda de soluciones a sus problemas y se las exigen a aquellos que pueden y deben dárselas que son el Gobierno de la Nación y la Unión Europea.
Nadie ha dicho que vaya a ser fácil. Pero si les aseguro que no pueden poner por delante, como en tantas situaciones ocurre, los intereses de las comercializadoras, las grandes superficies o los intermediarios frente a quienes de verdad producen y cultivan para que usted, usted y usted abran cada día la nevera o se acerquen al lineal del supermercado y encuentre los productos que saciarán su apetito.
Las soluciones deben llegar. Los acuerdos entre las partes también, al margen de que los intereses encontrados de unos y otros a veces choquen más de lo que creemos posible. Pero hay que dejar claro que las ventas a pérdidas o los lamentos permanentes por las incoherencias de aquellos que aprueban las leyes prevalezcan frente a quienes de verdad saben de qué va esto, cuáles son sus problemas y cómo se deben afrontar para solucionarlos con éxito.
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