Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Uno puede ser bueno en lo suyo. Puede incluso haber tenido mucho éxito, reconocimiento, dinero, títulos académicos, fama… En rarísimas ocasiones uno llega a ser considerado «el mejor», en lo suyo. Aún en estos casos, creer que lo que uno piensa es lo mejor, la única posibilidad o lo más óptimo, es un ejercicio de egocentrismo e irresponsabilidad enorme. Creer que uno es como un profeta, un enviado de Dios, un iluminado que tiene un mensaje único, original y trascendental para toda la humanidad, solo quiere decir que su ego es tan grande que no le permite ver más allá de su propio ombligo.
¿Qué pasaría si ante el reparto de recursos en educación se juntara a las personas que más saben, quienes mejores resultados y mayores transformaciones hayan conseguido en sus escuelas? Podría, muy fácilmente, convocarse una o varias reuniones a nivel de localidad, de provincia, de comunidad autónoma… para decidir qué hacer con los recursos. Ahí podrían estar representados los mejores docentes, las mejores experiencias, el alumnado que se haya beneficiado de dichas transformaciones, sus familias, de todos los niveles y etapas educativas, otras personas que arriman el hombro desde el tejido asociativo, desde la Universidad, desde otros organismos oficiales… ¿Cómo se repartiría, por ejemplo, la enorme millonada que llega de Europa en forma de «plan de recuperación y resiliencia», «fondo social Europeo» y otros conceptos? ¿qué actuaciones se pondrían en marcha? ¿sería más justo el reparto? ¿se garantizaría mucho más el uso eficiente de los recursos? Lo normal sería que sí.
Dada la complejidad del mundo en que vivimos y las posibilidades que nos brindan las tecnologías, sería bastante sencillo convocar distintos encuentros de gente que sabe de lo que habla. Sin embargo, no es lo común. Lo habitual es que alguien en un despacho, o en un puesto de toma de decisiones, junto a sus dos o tres técnicos (o a veces en solitario), decida qué hacer con una partida de dinero, con un recurso, con una medida educativa… Lo peor es que creen que tienen el saber absoluto, que el conocimiento de una sola mente pensante (por muy brillante que sea) es mejor que el de un grupo de personas. Desde la gestión de las DANAs, pasando por las decisiones en una asociación de vecinos, en el trabajo o en una escuela, deberíamos poner en valor el conocimiento colectivo, por encima del adanismo y los egos.
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