A Vuelapluma
Ignacio Flores
Ya mismo lo estreno
Sí, es un título muy recurrente estos días. Lo sé, pero es que lo acontecido merece una reflexión sobre todo siendo Almería un sitio donde han obtenido un nicho razonable. Con Se acabó la fiesta no creo que haya surgido un nuevo partido que augure romper el marco político o que cree una nueva era en la política española. Eso se mide tras las elecciones en función de los recursos y de la profesionalidad. Y para empezar no tienen recursos. Decir lo que el pueblo necesita escuchar no es suficiente. Ahora viene para ellos la verdadera prueba de fuego: crear una estructura operativa. Y si la hacen tendrán que enfrentarse con otro partido de mismo sentir, en la extrema derecha, que no creo que lo deje crecer en exceso. La reflexión está en otro matiz, creo yo. Se acabo la fiesta representa el voto protesta y la abstención española. El pueblo, cada vez menos soberano, en este país oligárquico –que no democrático-(de monarquía parlamentaria), ha encontrado en ellos una fórmula para mostrar sus preocupaciones. Y la cuestión es ¿por qué nadie presta atención al pueblo salvo ellos? Creo que esa es la pregunta de esta reflexión. El pueblo como siempre ninguneado se manifiesta así porque no tiene otra forma. Los partidos, y con esto me refiero a todos, deberían centrar su energía en discutir cómo resolver los problemas graves actuales como pueden ser la ocupación ilegal, la corrupción, el imposible acceso a la vivienda, el precario mercado laboral, etc. Si discutieran sobre eso en lugar de sobre las otras siglas creo que los españoles no tendrían necesidad de votar a un partido sin recursos que ha hecho, con todo el derecho del mundo, una campaña en redes y que ha obtenido un buen resultado. Sé que el corporativismo y la ausencia de ejemplaridad imposibilitan un realismo político que no tenemos. Soy consciente de que no todo es tan fácil ni que todo puede hacerse libremente una vez creado un sistema de representación con ciertas reglas. Incluso yo mismo estoy posicionado dentro de ese sistema. La cuestión es que en la medida que sea posible hay que oir al pueblo y tener en cuenta sus súplicas. El buen político debe hacer un hueco en su agenda para escuchar a quienes lloran en silencio porque nadie les escucha. Ya es hora de abrir una época de realismo político que devuelva al pueblo un lugar que hace tiempo que ya no posee: la soberanía popular.
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