EL ABUELO CEBOLLETA

09 de julio 2024 - 03:09

La familia Cebolleta era una serie de historietas que dibujaba Vázquez en el DDT, tebeo de humor para niños, en los años 50 y 60. El abuelo era un personaje peculiar, con una larga barba, un bastón y un pie vendado como si sufriera gota, y andaba siempre contando batallas a los niños, que trataban de esquivarlo para no aguantar sus peroratas.

Este comienzo de verano, quién me lo iba a decir, me he descubierto contándole a mis nietos batallitas. Ellos muestran interés en saber cosas antiguas, cómo era la vida, los juegos, lo que comíamos, cómo se vivía en esas casas de puerta-ventana que yo les he mostrado alguna vez en mi viejo barrio al traerlos del colegio. Les he hablado de mi padre, de aquel hermano que se murió unos meses antes de nacer yo y del que heredé el nombre, de mi abuela, de… Y andan siempre preguntándome por aquellos tiempos del hambre, qué música estaba de moda, cómo se jugaba en la calle, por qué teníamos gallinas y conejos en el terrado, cómo era la playa en familia la fiesta del 18 de julio… En todo esto también se parecen a mí, pues me gustaba que mi padre o mi madre me contasen cosas de cuando la guerra –aquella guerra de la que nadie quería hablar y que por lo visto aún estaba reciente–, de los “años del hambre”, de sus comienzos al casarse, de aquel hermano que se murió con dos años, de mis abuelos… Una historia que ahora se repite, como pasa siempre con la Historia, sea la grande, de caballeros, conquistas y batallas, o la intrahistoria unamoniana de la gente sencilla y corriente que es zarandeada por los acontecimientos y al final es la que muere todas las guerras. La Historia real y a pie de calle de la que tratan todos mis libros.

Y me ha sorprendido que mis nietos, Abril y Samuel, de diez y seis años, se muestren ya interesados en estas cosas. Les he dicho que mi gusto por el pasado surgió con las fotos que contenía aquella lata de carne de membrillo que yo sacaba de vez en cuando las noches de invierno –acabadas las kilométricas tareas que me mandaban don Simón y doña Josefina– y cuyo contenido me resultaba misterioso, remoto, antiquísimo, quizá por ser imágenes en blanco y negro. La emoción que despertaban es muy difícil encontrarla ya en los niños actuales, saturados de fotos de móvil a veces faltas de valor sentimental o simbólico como aquellas.

Me gusta contarles a mis nietos “batallitas”. Como aquel abuelo Cebolleta de Vázquez.

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