Antonio Lao
Día de la Provincia, algo más que medallas
Debería preocupar, incluso alarmar, la clamorosa ausencia de análisis y debates, ni ideológicos ni utilitaristas, sobre los retos inaplazables y trascendentes a los que se enfrenta Europa, (migración, fronteras, defensa, IA, Nextgeneration, etc) mientras que los grupos políticos nos fatigan rechiflando escándalos caseros, y mientras que solo de forma aislada, se alude a qué diferencias cupiera esperar de votar a uno o a otros en las elecciones europeas. Y resulta poco edificante, además, que esté tan normalizada tanta desinformación electoral que ya ni alarme esa tendencia en boga de tratarnos a los votantes como votontos, prestos a dar el voto por inercia, careciendo de juicio sobre qué signifique votar a uno o a otros. Y uso el término alarma, porque en las sucesivas citas se va incrementando el papel del marketing vicario, experto en operar sobre las emociones, sin argumentos: el mismo que se usa en la publicidad comercial, para manipular la cesta de compra. Y lo hacen a veces con sublime eficacia, enfilando sus matracas difusivas, con apotegmas cortos y simplistas, a la fibra sensible, e irracional, de simpatizantes y afiliados cuya fidelidad conforma la diana. Un método depurado por las técnicas de retórica política -de política emotiva- que sabe que la mayoría no vota para defender un programa, sino que embrida su voto hacia siglas o modelos preidealizados con los que por alguna razón, -huérfana de razones al operar por pura inercia-, simpatizan. Y alarma, como decía, verificar cómo hasta existen militantes a los que les da igual que se demuestre que sus candidatos sean incultos, puteros o corruptos, ya que los seguirán votando como auténticos militontos o, como mal menor, se abstendrán o votarán en blanco, antes que votar a otro. Votantes que rechazan de forma alógica, lo que no cuadre con sus prejuicios o premarcos mentales. Y hasta se oye en estos días a intelectuales de postineo mediático afamando, impermeables al ridículo, que la Ley de Amnistía la respalda la mayoría, aunque el mismo gobierno haya reconocido públicamente lo contrario. ¿Cómo justificar tales desvaríos? Hay quien explica ese tipo de ceguera politiquera a través del mismo magnetismo carismático con el que operan las sectas o, si quieren, asumiendo que la sectarización partidista va triunfando a través de la sugestión moral con que nos envician las ciencias conductuales. Y eso debería alarmar, pero claro: ¿a quienes?
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