Opinión
Reinauguración del sagrado corazón de jesús
P OR no meter la cuchara en el recurrente potaje de la extraña postura de un candidato a presidente que ejerce de jefe de la oposición antes de tiempo, nos hemos fijado en una noticia, que ha salido en muchos medios, sobre un grupo de personas que quieren ser animales. Ya no se trata de hombres que se sienten mujeres o viceversa, sino que quieren ser mascotas. En este caso ha sido un grupo que se ha reunido en Berlín, y que quieren ser perros. Dicen que se llaman “transespecie”, personas que se identifican con animales -perros, gatos, caballos, pájaros…- y que cada vez son más. La verdad es que no nos extraña dado el trato que reciben las mascotas en nuestra sociedad: pueden cagar y mear en mitad de la calle y no solo no les regañan sino que hasta les recogen las mierdas (no siempre, pero bueno). Añadamos la gran cantidad de negocios relacionados con servicios para mascotas: ropa, calzado y carritos, clínicas, residencias de verano, peluquerías, perfumerías, abogados (para herencias y adopciones), paseadores…
Y ahora, también cementerios. Málaga abrirá a finales de año el primer cementerio público (¡!) de España para macotas. Los precios serán diferentes dependiendo del animal o de si se decide enterrarlo o incinerarlo. Existen ya cementerios para mascotas, pero son privados. Se ve que había mucha demanda, porque hemos visto comentarios quejándose de la falta de ese servicio esencial: “En cada municipio español existe, al menos, un cementerio en el que sus habitantes pueden ser enterrados una vez fallecen. Sin embargo, esto no ocurre con los animales, con los fieles compañeros que nos acompañan durante parte de nuestra vida”.
A los inmigrantes y a los mendigos los entierran en fosas comunes, así que parece que no es ninguna tontería “hacerse” mascota. Eso sí, en los países ricos, claro, nadie querría ser perro en Libia o Sri Lanka. Un inconveniente, que no sabemos si habrán tenido en cuenta los transespecie, es que la vida del perro es siete u ocho veces más corta que la nuestra. Otra cosa sería ser gato, que tiene siete vidas. O almeja islandesa (artica islándica) que supera los 400 años. En un acuario, porque en la vida salvaje los bichos se comen unos a otros sin parar. Esto no sabemos si les parecerá bien a los animalistas, que ya se han quejado de que no dejemos a los jabalíes ocupar el Cabo de Gata, con lo pacíficos y agradables que son.
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