Opinión
Reinauguración del sagrado corazón de jesús
Crónicas levantiscas
Quien fuese secretario de Estado de Seguridad y hoy consejero de Justicia, José Antonio Nieto, ha explicado en Canal Sur Radio que la tarde del atentado en las Ramblas hubiese preferido que el juez de la Audiencia Nacional que se encontraba en esa guardia, Fernando Andreu, le hubiera encargado el caso al Ministerio del Interior y no a la Mossos. Aquel 17 de agosto de hace cinco años, el mayor Josep Lluís Trapero se puso al frente de una operación mediática que pretendía trasladar a la opinión pública mundial -qué mejor escaparate que un atentado terrorista- que la Generalitat de Cataluña era digna de confianza de liderar un nuevo Estado. Con el tiempo y la actuación de los jueces, Trapero abandonó aquel delirio mayúsculo del que sólo queda el Papa Luna de Puigdemont, los hiperventilados de Junts y la ignominiosa Laura Borràs, presidenta en suspenso del Parlamento de Cataluña, y agradadora de los conspiranoicos que culpan ahora al CNI de los atentados de Barcelona y Cambrils.
Los llamaban el piñón. O la nuez, el núcleo duro, el estado mayor del procés, un grupo de exaltados mayores que dirigieron Cataluña en aquellos meses de 2017, algunos formaban parte del Gobierno catalán; otros eran los líderes de las organizaciones en las que se externalizó la revuelta -los Jordis- y algunos otros eran influyentes visionarios que se reunían, por entonces, con emisarios de Putin y dejaban escrita en su libreta la hoja de ruta que coincidiría a la independencia de Cataluña. La misma tarde de la declaración de independencia en el Parlamento alguien nos sopló a los periodistas que los reconocimientos internacionales iban a sucederse en horas: Estonia, las demás repúblicas bálticas y, como colofón de la jornada, Israel. Deliraban, un personaje de Eduardo Mendoza habría dicho que al agua de Barcelona le estaban echando algo.
Hacía ya varias semanas que había llegado a la conclusión de que aquello estaba dirigido por unos majaretas, unos tipos ridículos e irresponsables que surfeaban libres en el pico de un tsunami al que nadie se le atrevía a poner un rompeolas. El Rey sí lo hizo. Quedan estos personajes como Borràs y los que fueron a silbar esta semana a las Ramblas, antiguos compañeros a los que Gabriel Rufián, cada día más español, ha tildado de miserables.
Borràs está encausada por un caso de corrupción, que es el motivo por el que una mayoría del Parlament la tiene apartada, en suspenso, pero no destituida, del cargo de presidenta. Y a eso fue a las Ramblas, a ahondar en un victimismo renovado por encima de las propias víctimas.
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