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Determinadas acciones u omisiones debería de ser castigadas como delito aún sin estar contempladas en el Código Penal

29 de julio 2023 - 00:00

Determinadas acciones u omisiones deberían de ser castigadas como delito aun sin estar contempladas en el Código Penal y carecer de tipificación dolosa, culposa o imprudente. Residir en la ciudad del Turia durante tres años y no haber sorbido una horchata, salivado por un faltons o dar un paseo por la Malvarrosa tendría cuanto menos que llevar aparejada pena de multa. Por ser benévola y no flagelarme en demasía No conocer nada, traspasa la ley. Pecado divino y humano. El taxi llevaba unos minutos esperando. Como las novias me hice de rogar. El espejo de moldura color bronce, ya no quería seguir dándole la razón. Con el sonido del claxon de fondo escuché como me dijo: ven. Mírate. Un lustro sin verme. No fea. Sin verme literalmente. De reojo ya no advertía los huesos que otros ojos me frustraron. El esqueleto tenía piel. Rebosaba vida. Me alegré tímidamente, hasta que el rubor de las mejillas sobrepasó el colorete espolvoreado. Rellené los labios de carmín coral y salí. Parecía una niña con zapatos nuevos, no eran de cristal, pero no me presionaban. Andaba cómoda. Un vestido marinero acorde con el ambiente playero de cualquier puerto. Tiré de la puerta decidida y cuando la llave giraba para dar la tercera vuelta de tuerca me olvidé que me había olvidado de vivir. Arrinconé en un cajón los miedos, hice un sándwich con el pc y puse el teléfono en modo avión. Desconecté durante unas horas para volver a conectarme. A veces es imprescindible. Ese día me hice un Frida Calo y decidí enamorarme de mí, luego de la vida y después, si eso, de quien me diera la gana. Creo que era la única española. De Almería seguro, y con más de cuarenta, sin duda alguna. La media no superaba la franja universitaria, pero la edad es un número que está en la mente y la mía llevaba meses intentando sentirse más juvenil. Estaba guapa. La magia está en lo que se transmite, no en lo que se es, y ese viernes estaba guapa. Decía. Por su sonrisa pegada a la cara debía eclipsar hasta los fuegos artificiales que a la hora de Cenicienta iluminaron de brillantes y serpentina el cielo dormido que atravesaba Mestalla. El olor a hierbabuena triturada con lima era más fuerte que “The Dreamer” de Versace. Me embriagaba más el segundo. No sé si mis labios se refrescaban más con el mojito de menta o con su boca de fresa. Lo cierto es que el fin del mundo me pilló bailando y sin ser esa noche, una noche de bodas, se terminó poniendo la luna de miel.

Con R de Reina

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