Antonio Lao
2024: un año rentable para la provincia
Comenzaré expresando mi indignación por cómo se nos exige a la ciudadanía estar siempre dispuesta a tomar decisiones de gran calado cuando no se nos dan instrumentos suficientes para hacerlo. ¿Acaso somos conocedores de la información suficiente que nos ubique de modo adecuado ante la realidad del conflicto que estamos viendo que se está viviendo en Ucrania? ¿Recuerda alguien, tan siquiera, que fue allí, en su capital Kiev, donde no hace aún ni diez años que los chicos de "La Roja" se trajeron el tercer título europeo de selecciones nacionales de fútbol masculino? Estar de parte es sencillo en este caso: un país soberano (sin provocación aparente) ha sido agredido por un tercero, luego hay que acudir en su auxilio del primero. Pero, ¿cómo lo hacemos?
Sí, yo también estaré siempre con el "No a la Guerra"; lo he dicho y escrito (y repartido en pegatinas) más de una vez, porque sé que no es necesario haber hecho ni una vez la guerra para saber que es mejor hacer el amor, aunque esto pueda ser también tarea pendiente o eludida para quien me lea. Pero es curiosa la inocencia de muchas de las personas que se acercan al abismo de esta disyuntiva. Porque es el abismo acercarse a los problemas reales desde lemas y memes que se han aprendido en manifestaciones en las que, además de la reivindicación de turno, nos dejamos acompañar por símbolos que queremos que nos diferencien del resto de la sociedad. A posteriori, esos símbolos, en muchas ocasiones, pesan más que el grito de "No a la Guerra" que nos convocó a la "mani".
Hacer una llamada a la diplomacia para resolver un conflicto bélico que ya se ha iniciado, es como meterse en medio de una pelea a separar a dos que se están liando a palos. ¿Qué técnicas de resolución de conflictos conocemos? ¿Dónde habría que aprenderlas? Nuestras sociedades se han organizado mediante cajones estancos que poco o nada tienen que ver unos con otros. Se abandonó el servicio militar obligatorio, sin reflexionar que ese servicio podría y debería ser de otra manera. Sí, hemos aprendido que los conflictos se resuelven con la razón de la fuerza, y no con la fuerza de la razón. No sólo lo hemos aprendido, sino que hemos apostado por pagar impuestos para que siga siendo así. Por tanto, pedir ahora que la diplomacia no se acompañe de ayuda directa con armamento al pueblo ucraniano, es como acordarse de Santa Bárbara una vez iniciada la tormenta.
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