Salvaje

Mi comisura le dio el sí y mis ojos vergonzosos evitaron la mirada tan rápido como los latidos que bombeaban debajo del escote

04 de noviembre 2023 - 00:00

Cántame, me decía mientras me estrechaba la barbilla entre sus arrugados dedos. En la otra palma portaba sus lentes gruesas de color caramelo que hacían de lupa frente a sus cataratas oculares. “No debía de quererte, no debía de quererte, y sin en embargo, te quiero…” Esa copla de la Piquer en las cuerdas de Diana Navarro, era blanco fácil para la llorera. La trilogía de coincidencias que se dieron justo esa noche no eran propias del “truco o trato”, sino más bien una llamada celestial del Día de los Santos. Ellas desde arriba sabrán qué movieron para que con luna de Halloween, se huyera del terror, corriera hacia la luz y se alinearan los astros divinos. No precisaba el baúl de la valenciana, pero pasado el puente del uno de noviembre y siendo la capital de España el destino, resultaba misión imposible cerrar esa maleta. En verano es sencilla, en una bolsa de hombro se mete todo. Con los póstumos coletazos del otoño, el equipaje se aturulla. Entre la ilusión renaciente y los contactos labiales pendientes, sellar la cremallera se tornaba una utopía a la altura de la situación que se estaba generando. Nunca he entendido por qué tengo que salir con una chaqueta en pleno mes de agosto con 39 grados en el asfalto, en esta época es lo que toca. Aun así, entrar a cualquier local es adelantar el mes de febrero. En el hall del hotel faltaba poner el árbol de navidad, la temperatura ya evocaba a finales de año. Tiritando, intentado darme calor con mis escuálidos brazos, vi un taburete vacío en el solárium de la piscina. A esas horas, los últimos rayos de sol calentaban un poco. El vestido también era negro y el pelo rizado de medios a puntas. No era Julia Robberts en Pretty Woman pero la música del piano-bar reconstruía la escena. De espaldas, inquieta, inusual en mí, nos vimos. Nos encontramos entre tanta gente. Sonrió a través del cristal como un adolescente. Mi comisura le dio el sí y mis ojos vergonzosos evitaron la mirada tan rápido como los latidos que bombeaban debajo del escote. Puso en jaque los sentidos. Llevaba tiempo guardando besos, pero el cajón, como la valija, tampoco atrancaba. Le di dos. Él me devolvió solo uno. Eterno. Igual para siempre, igual solo uno, pero tuvo la osadía de lacrar el corazón que dibuja el borde de mi boca con la misma astucia que quitarle la llave al candando de mi armadura. Reposó su dedo índice sobre el húmedo del belfo y silenció mis palabras. Solo preguntó dónde duermes. En el bulevar de los sueños rotos, logré articular. Entonces vivimos en el mismo sitio, susurró. Agarró mi cintura. No había nada que añadir. Ya se había dictado sentencia antes de cubrir mi cuerpo con la toga. Con R de Reina

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