Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
Desde mi experiencia
Un diálogo no es una simple conversación, sino que es un encuentro entre dos (o varias) personas en un clima de amistad. Es fruto de una escucha atenta, comprensiva y benevolente, en la que las personas que intervienen se muestran como son. Así, cada uno se enriquece con la grandeza del otro, y sabe integrarla en su visión del mundo. Cuando se empieza a dialogar, cada uno debe ver lo bueno en el otro, según aconseja la sabiduría popular: “Si quieres que los otros sean buenos, trátales como si ya lo fuesen.”
El hecho de ser diferentes las personas que dialogan constituye una gran riqueza y es, en principio, una fuente de aprendizaje continuo. Las diferencias no pueden ser negadas; no necesitan ser niveladas. Cada hombre es original y tiene el pleno derecho a serlo. Se ha llegado a decir que el saber reconocer diferencia regla que indica el grado de cultura e inteligencia del ser humano. En este contexto podemos recordar un proverbio chino, según el cual “la sabiduría comienza perdonándole al prójimo el ser diferente.” No es una armonía uniforme, sino una tensión sana entre los respectivos polos la que hace la vida interesante, le da profundidad y anchura, le da color y relieve.
Sólo cuando uno trata de comprender al otro, se puede crear un clima de confianza. Y sólo cuando uno se muestra abierto hacia las personas que piensan de modo distinto, que hablan otras lenguas, que creen, piensan y actúan de modo diferente, se puede producir el acercamiento mutuo. La delicadeza lleva a eliminar palabras, juicios y actos que no son conformes, según justicia y verdad, a la condición de los demás, y que, por tanto, pueden hacer más difíciles las relaciones.
Para ganar en sinceridad en cualquier relación, es conveniente y necesario, darse a conocer. Si hacemos amistad con una persona de otra raza o nación, otro partido político o confesión religiosa, nos interesa realmente lo que piensa y cree. La amistad supone compartir pensamientos, opiniones, sufrimientos y alegrías.
El diálogo nos exige buscar la propia identidad, superar aversiones o polémicas. Es un camino hacia la madurez y la paz. No siempre es fácil, pero nos ayuda a abrir nuestra mente y nuestro corazón y a descubrir lo bueno en los demás. Aunque se producirán malentendidos y decepciones, mientras los hombres vivan sobre la tierra, a través del diálogo podemos acercarnos, siempre de nuevo, al otro. Por esto es tan importante educar en el arte de practicarlo.
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