Resucitar el sielncio

Pasamos el día inundados de ruidos que acaban con nuestro necesario silencio

14 de mayo 2024 - 00:00

Comenzaré la columna de hoy con un poquito de autocrítica y cierta cura de humildad. La sociedad ha entregado las llaves de su salud mental a unas figuras que llevan muy poco tiempo entre nosotros. Psiquiatras y psicólogos apenas superamos “los ciento y pico” años de existencia. Nuestro conocimiento acumulado tiene base científica pero tal vez hayamos subestimado la sabiduría de quienes llevan preocupándose del bienestar emocional y espiritual durante milenios. Budistas, cristianos, musulmanes, judíos… Las religiones, con sus grandes diferencias entre sí, han tenido mucho más tiempo que nosotros para comprobar el valor sanador de ciertas prácticas. Y hay una en particular que es común a todas ellas: el silencio.

A nuestro alrededor hay tanto ruido que difícilmente encontramos un momento de silencio. De día los coches, la música, la tele, los móviles, las obras, la gente e incluso el imbécil que se lleva un altavoz gigante y te da el día de playa. De noche más móviles, la lavadora del vecino, la radio, el camión de basura, el perro que ladra o el niño que llora. También hay un imbécil de costumbres noctámbulas que comparte el “chunda, chunda” de su coche o el escape de su moto. Pasamos un día tras otro inundados de ruidos que acorralan algo tan valioso como el silencio. Una vez leí que nos lo habían robado. Yo pienso, más bien, que al silencio lo hemos asesinado. Decía antes que toda religión contempla momentos de soledad, de reflexión y de silencio. Algunos de sus miembros llegan, incluso, a hacer votos que obligan a respetar un bien tan necesario.Y es que es en silencio desde donde podemos alcanzar cierta paz interior. El silencio facilita una conexión más profunda con nosotros mismos y con lo que nos rodea. Es sin articular palabra y sin escuchar nada como mejor podemos oír nuestra voz interior. Me aventuraría a decir que quien cultiva el silencio mejora en su comunicación porque elige mejor cuándo hablar y qué decir. Pruébenlo, que se nos olvida su importancia. Un rato donde solo oigamos el lenguaje del viento, la música de las olas o el rumor de un cauce. Eso es lo que alimenta nuestro Yo más primigenio.El silencio nos hace más libres y conscientes. Por eso nos quieren ensordecidos y aturdidos. El ruido, en cambio, lo cercena todo. Amputa nuestro diálogo interior, perdemos capacidad de reflexión y olvidamos que a veces callar es la mejor respuesta.

stats