Puesta de bandas

Regocijarse en los hitosdel proceso está bien,pero no es lo que deverdad importa

16 de mayo 2024 - 00:00

E STOS meses del año son propicios para ceremonias que nos identifican como sociedad desde el punto de vista histórico y cultural: bodas, bautizos y comuniones son habituales en estas fechas, con independencia de las creencias de sus protagonistas, porque se celebran las uniones o la presentación de los niños en comunidad de acuerdo también a valores laicos, añadiendo al rito religioso el complemento “por lo civil”.

No serás tú quien critique el modo en que cada uno muestra la felicidad que se supone en la celebración de estos actos, pero hay un evento en particular, la imposición de bandas al finalizar una etapa educativa, común también en mayo y junio, que cada año te va pareciendo más desvirtuado, de manera que crees que ha perdido su esencia, la constatación de la consolidación del saber.

Una vuelta por el mundo virtual te muestra que las becas se venían usando en tiempos del Cardenal Cisneros, para identificar a quienes obtenían financiación para estudiar en una universidad, por lo que se imponían al ingresar en la misma, y después, en la regulación del siglo XIX, para saber los estudios en los que cada uno se graduaba, distinguiéndose cada facultad por el pigmento de la tela, otorgándose a quienes concluían con éxito la andadura académica. En este siglo XXI, te ponen la banda al finalizar el primer ciclo de Educación Infantil, y también el segundo; cuando terminas sexto en el colegio, y cuarto de la Educación Secundaria Obligatoria; hay becas de bachillerato, de formación profesional de grado básico, medio y superior; por supuesto, las bandas de los grados universitarios, y de los másteres, y alguna más que seguro has olvidado, en un sinfín de fajas de paño de variados colores, cruzadas por delante del pecho y descendiendo por la espalda, con sus escudos y otros perejiles, e incluso con sus birretes, que al superponerse unas sobre otras, podrían ocultar la cabeza de quien las recibe, impidiéndonos saber si, además de las bandas, ha conseguido los objetivos de cada etapa cuya culminación festeja (que esa es otra, que se entregan incluso a quienes no la finalizan).

Regocijarse en los hitos del proceso está bien, pero no es lo que de verdad importa: adelantar las metas, igualando desde abajo, por si no todos pueden alcanzar el final del camino, podría ser contraproducente, al perderse el interés en el esfuerzo y la mística de la recompensa.

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