Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Carta abierta a los profesionales de la UCI del Hospital de Poniente
Los primeros entre los iguales, mis compañeros de la UCI, protagonistas de excepción en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
Quietud, silencio, desesperación; esfuerzo, dedicación, atención; responsabilidad, conocimiento y asunción de lo que se tiene entre las manos.
Miradas fijas ante el silencio de lo desconocido, mientras bambolean en la mente las miles de dudas que atenazan, que siembran el desconcierto, el tsunami que lleva a la desesperación, mientras esas manos que tocan, que abrazan, que curan… esas manos.
Dudas y más dudas, pero vosotros siempre estáis ahí. Sois tabla de salvación, hombro donde depositar la cabeza mustia y la mente abotargada por el devenir de los trágicos acontecimientos; oídos que escuchan y analizan; labios que asienten, miradas que consuelan.
Encadenados a esa última esperanza, la que vosotros disponéis, la que nosotros tenemos agotada. La última entre las últimas. Y sin embargo, con esa disposición, esa forma de caminar que tienen los que saben dónde termina el abismo y donde empieza el otro, discurrís en ese equilibrio que nos está vedado a lo que compartimos el espacio contiguo.
Como cirujano, soy el de la habitación de al lado, el de lúgubre y siniestra orquesta, que remueve y traza hálitos de vida sobre las entrañas de los nuestros.
Como médico, soy quien vuelca sus esperanzas cuando llamo a vuestra puerta, transmitiendo la imagen y la angustia de aquella vida que se me escapa y que vosotros, último bastión terrenal, revivís.
Como cirujanos, generamos dolor, esperanza, sufrimiento, cambiamos con un gesto la trayectoria vital de alguien y de los de su entorno. Magnificamos nuestras actuaciones, con la soberbia del que se tiene por experto en las nobles artes del descoyunto. Con esa altanería que sólo nosotros sabemos exponer y que, sin embargo, es la penitencia que tenemos que pagar; no en nuestras carnes, sino en las que pusieron su juego vital en las manos de la enfermedad y que han de sufrir la decadencia de la carne quemada en un momento dado, para poder acceder a arrancar ese mal de sus entrañas.
Sale bien, sí, sale bien. Pero ese “bien” ha de prolongarse en la letanía perpetua de las horas siguientes. Sale bien, claro que sí, que sale bien. Pero no por nosotros, por la magia de nuestros actos, sino porque estamos, y lo sabemos, adyacentes a un lugar y a unos profesionales que digieren nuestro “bien” y lo transforman en un éxito, cuando la penumbra ha teñido los momentos posteriores.
Es increíblemente enriquecedor, fabulosamente conmovedor y faltarían elogios para lo que sois capaces de realizar, de aportar. La admirable la magia que desarrolláis sólo con vuestra presencia, ánimo y silencio hacendoso que se desliza en estos días pesarosos; que agota vuestras mentes y vuestras fuerzas, mientras seguís luchando día a día por los nuestros: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestras familias.
Hay gestos que no necesitarían palabras y hechos que no necesitarían que nadie los narrara, porque germinan todos los días, horas y minutos. Y esas gestas, esa manera de corroer el dolor, de aliviar el sufrimiento, de manejar la duda, de proteger y de ayudar, de comprender y de analizar, de mejorar el momento, constituyen el soplo que dais.
Los primeros entre los iguales.
Mi agradecimiento sin fin a todos los profesionales que conformáis la UCI del Hospital de Poniente.
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