Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Correr ha dejado de ser cosa de cobardes para convertirse en una práctica, un hábito, en buena medida saludable, si se lleva a cabo como es debido, aunque pueda acabar teniendo también lo suyo de adictivo -no todas las adicciones son malsanas- al dar juego a las hormonas que producen sensaciones placenteras. Por otra parte, como crece el número de adeptos a correr, la oferta de equipamiento deportivo no se queda atrás. Y no se trata de vestir de sport, de manera cómoda e informal, sino de toda una suerte de indumentaria y de dispositivos que los corredores buscan para adorno y mejora de su afición. Por eso en cualquier carrera popular, de las muchas que se reparten en el calendario de las temporadas, pueden verse "runners" ataviados con mallas, tobilleras, medias de comprensión, camisetas térmicas, zapatillas técnicas, geles energéticos, sofisticados relojes con GPS que marcan la distancia, el ritmo y velocidad, tensiómetros para controlar el ritmo cardiaco, programas de entrenamiento en el teléfono móvil, informes del desarrollo de la carrera… Así hasta completar una parafernalia a propósito.
Pues bien, sin nada de esto, solo con una humilde falda, unas sandalias -huaraches- de suelas hechas de neumáticos y sin entrenamientos o preparación específica, una mujer del pueblo indígena tarahumara, del Estado mexicano de Chihuahua, ha corrido 50 kilómetros, en Puebla, a sus 22 años, junto a atletas de muchos países, para subir al podio como ganadora tras siete horas de durísima carrera. No se la ve en las imágenes, copiosamente "visitadas" en las redes sociales, con la alegría de la satisfacción, sino seria y algo circunspecta con un cheque de 6000 pesos (algo menos de 300 euros) que recibe como premio. No tiene otro entrenamiento que cuidar a un ganado de vacas y chivas, haciendo 10 o 15 kilómetros diarios con los animales. Y se hidrata con lo que no es sino su dieta básica, un polvo de maíz con agua. En la carrera también han participado varios de sus siete hermanos, así como su padre. Y este contó que corre desde niño, como su padre y su abuelo, con una motivación principal: la de "no tener hambre". Dicho es que agudiza el ingenio, pero también el hambre aligera las piernas. La mitología puso alas en los pies a Mercurio, raudo mensajero de los dioses, pero los tarahumaras tienen la resistencia física como rasgo de identidad, son de "pies ligeros" y solo necesitan unas rústicas sandalias para correr "ultramatones".
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