NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Incienso para recibir a un Pedro Sánchez contra las cuerdas
La presencia de los planos horizontales en cualquier edificación o espacio urbano siempre consiguen transmitir cierta continuidad, tanto espacial como visual. Así que, una de las principales características de cualquier espacio diáfano radica en la posibilidad de ver todo el suelo de solo un vistazo, al menos, todo el que tus ojos alcanzan a ver. El pavimento continuo es sinónimo de amplitud, es decir, el plano horizontal, plano y continuo, transmite paz, serenidad e incluso estatus. Porque solo algunos privilegiados pueden permitirse el lujo de vivir en una casa tan grande que les permita recorrer metros y metros sin tener que toparse contra una pared o algún elemento vertical que termine compartimentando el espacio, separándolo por usos. Aunque, a decir verdad, esta falta de separaciones es una de las pocas cosas que tienen en común las grandes mansiones y los fantásticos apartamentos de 30m2 que tanto se alquilan ahora por 900€/mes y que tienen el wc de mesita de noche.
Por otro lado, los planos verticales, al contrario que los horizontales, no hablan de continuidad, sino de separación. Por eso, en la representación arquitectónica, los planos horizontales se aprecian en las secciones, dibujos encargados de mostrar el espacio, y los planos verticales se aprecian en las plantas, dibujos encargados de mostrar las distribuciones. Así que, cada línea negra que vemos en una planta arquitectónica nos indica una separación, un muro. Y cuanto más gruesa sea la línea, más espeso será ese muro y por lo tanto, más privado, más independiente.
Pero, aunque un muro de carga de 60 cm de espesor nos consiga aislar mejor térmica y acústicamente de nuestros vecinos, una fina lona de plástico opaca o una cortinilla de tela medio translúcida y que ni tan siquiera llegue hasta el suelo, también puede suponer un mundo privativo entre una camilla y otra en una sala de urgencias. En las ucis podemos ver a varios parientes junto a su familiar enfermo que, por mucho que estén rodeados de camas y camas contiguas, una vez que la enfermera echa esa lona verde, el mundo se reduce a esos dos metros cuadrados. La división visual consigue nublar casi por completo el resto de nuestros sentidos marcando un paréntesis en mitad de una sala abierta, continua y con un pavimento homogéneo por todo el hospital.
Las paredes, sean de papel, ladrillo o acero, separan y segmentan historias, redirigiendo a la mente gracias a la imposición del ojo.
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