Opinión
Reinauguración del sagrado corazón de jesús
Nada como Nochebuena y Navidad para preñarnos de buenos deseos. Son días en el que el buenismo lo invade todo, lo impregna de un sabor dulzón, en el que no cabe otra cosa que la sonrisa, el corazón abierto y la voluntad del acuerdo por encima de cualquier concepto que el resto del año es habitual y común, pero que por unas horas se aparca en la búsqueda de lo correcto, de lo amable y de la bondad bien entendida. Hasta aquellos que guerrean por un trozo de tierra o tratando de imponer sus ideas por encima de las demás, aparcan rencillas, silencian los cañones, los aviones se quedan en el hangar y las bombas dejan de matar.
Tristeza infinita durante 364 días al año y una tregua de horas que alivie conciencias, serene penas y te permita coger fuerzas para seguir haciendo de las tuyas el resto del año. Pero ahí queda el gesto para con la comunidad, para con tu vecino, para con tu pueblo, con tu barrio, tu provincia, región o nación. Concatenación de dolor y paz a partes iguales en una sociedad vacía, en la que los valores han pasado o han quedado en un segundo plano. Aquí ya nada o casi nada es importante, más allá de los intereses con los que juegas en cada momento.
Pero Nochebuena es otra cosa. Es el tiempo que te permite redimirte del dolor ajeno que hayas podido provocar. Tiempo de sanación de heridas abiertas, de la búsqueda de los verdaderos valores del ser humano. Aquellos que durante nuestra existencia exploramos sin ahínco y que se guardan en el baúl de los recuerdos añejos y trasnochados de la hipocresía que lo invade todo, como el agua salada absorbe la dulce de los ríos cuando desembocan en la mar.
Noche de buenos deseos, de olvidos más o menos intencionados para llenar caparazones de armas de silencio, en la búsqueda de un bálsamo que alivie conciencias en los días en los que cualquier veleidad camina sobre el alambre de un funambulista, que no mira abajo por miedo a caerse, pero que sabe que su vida pende de una brisa marina o de una brizna de hierba que se pose en su cara y que lo desestabilice.
Nochebuena de paz y buena voluntad de aquellos bienaventurados que viven en medio de las bombas de Israel en Gaza o Putin en Ucrania. De aquellos que podían hacer tanto y más de lo que dicen y anuncian, pero que callan, silencian u otorgan porque a lo lejos, o no tanto, tienen perspectivas de beneficios y no es cuestión de perderlos. Tiempo de silencio, de ruidos sordos, en los que se busca una paz ficticia, que sea capaz de aliviar tanto dolor provocado por absurdas creencias, sabiendo que una simple bala acaba con cualquier egoísmo o creencia. Esta vida perra, en la que sólo nos acordamos de nuestra fragilidad, tan débil como una pluma arrastrada por un huracán, cuando nos envuelve el dolor que desgarra cada fibra o poro de tu cuerpo. Noche de buenos deseos, noche de peticiones a no se quien o quienes, pero que rezamos porque se cumplan un año más. Feliz Navidad.
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