Antonio Lao
El silencio de los pueblos
MiniHollywood cumple 50 años en septiembre. Cincuenta años de un poblado del oeste que se ha convertido en medio siglo en uno de los referentes turísticos de la provincia. Fue en 1974 cuando un grupo de empresarios, con José María Rossell a la cabeza, decidía poner en valor los decorados de las películas del western que situaron a Almería en el mapa del celuloide, la mantienen en la cresta de la ola y tiene por delante un prometedor futuro como referencia de un turismo diferente, alternativo al sol y a la playa, con características únicas e insustituibles.
No hay nada como imaginar el futuro y verlo como presente. Ese cerebro adelantado a su tiempo fue en su día José María Rossell, empresario turístico de éxito, que captó antes que nadie el potencial de los decorados de cine, de los actores que visitaron y visitan Almería y la imagen entrañable que aún hoy, medio siglo después, generan películas de culto como la trilogía del dólar, por poner un ejemplo.
Hoy, cincuenta años después, MiniHollywood es el paraíso de los amantes del cine del oeste, es el lugar de entretenimiento de miles de niños y es el sueño de los padres que profesan devoción eterna a unos decorados que son historia viva del cine e historia viva de la provincia.
Rossell sigue empeñado en dejar el mejor de los legados a esta tierra. Este año, muy mal deben ir las cosas, para que más de 300.000 personas no visiten las instalaciones, complementadas con un zoológico de lo más variado y novedoso. El sueño, como las decía, pasar por hacer que por las instalaciones pasen medio millón de turistas en breve. Medio millón de admiradores del cine, de las películas del oeste, de los espectáculos con sello de autor. Un mundo en el que el sello de Clint Eastwood sigue vivo en cada rincón, o el de Claudia Cardinale, Lee Van Cleeff o El Habichuela.
Un cóctel en continuo crecimiento. Un sueño que sigue vivo en la cabeza de un hotelero que espera, paciente como nadie, a que el Gobierno Central tenga a bien permitirle hacer una rotonda a la entrada, que lleva ocho años de espera para evitar accidentes. Un tiempo en el que los reconocimientos llegan con cuentagotas en uno de los lugares más visitados de la provincia. Una fotografía que todos los que acuden, incluidas las administraciones que ayudan lo justo o nada, aprovechan cada vez que pueden para mayor gloria de quienes sólo buscan mantener la silla, el sillón o el sofá a costa de aquellos que no tienen más remedio que prestarse a un endiablado juego de pedir sin recibir nada a cambio. Pues bien, y a pesar de tanta lucha encarnizada, el espacio crece en la misma medida que los sueños de su propietario viajan por el celuloide de “El bueno el feo o el malo”, bajo el atrezo de un poncho mejicano y un Colt del 45, -de mentira claro-, que te hace ser un forajido o el cheriff, según convenga para forjar ilusiones, entreteniemiento y sueños.
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