
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Por qué los progres odian a Nadal?
Todo el mundo sabe que en Almería se hacen migas el día que llueve, y que se comen con múltiples acompañamientos, a los que algunos -especialmente los alpujarreños- llaman "engañifa". Antes la engañifa era lo que te engañaba para que te inflaras de migas, que no son sino harina y aceite, alimento básico desde hace milenios, como el pan. Los niños de antaño también merendábamos pan con engañifa, que podía ser una onza de chocolate o un cacho de embutido o de queso. Ahora, en las migas la engañifa se ha convertido en protagonista: pimientos fritos, pescados, salazones, embutidos, tocino, rábanos… Y ahora viene el problema. Hoy (estoy escribiendo el viernes por la mañana) ha caído una tromba de agua y amenaza con seguir. Puede que la Plaza esté cerrada o que las calles estén impracticables, así que habrá que hacer las migas con lo que haya en la despensa. Lo primero es ver si tenemos harina, si no, para qué seguir buscando. Si no hay de sémola se pueden hacer con harina de trigo duro, aunque costará más trabajo. Ni se les ocurra usar la de repostería. Son necesarios ajos y pimientos verdes, "todo lo demás es vicio y gula", como decía el Dómine Cabra.
Recursos: una pipirrana se monta en un vuelo con tomate, cebolla, huevo duro, pimiento, atún de lata y aceitunas. Si falta algo se sustituye por apio, col, lechuga…algo habrá en el cajón del frigo. ¿Pescado frito? Se cortan en tiras habichuelas verdes, se rebozan y se fríen: "boquerones de ribazo" se llaman en Tíjola. También valen tiras de berenjena, calabacín, zanahoria. Unas sardinas de lata con aros de cebolla, pepinillos en vinagre, aceitunas cortadas y un poco de picante están de muerte. Morcilla, longaniza y demás "dieta saludable", si hay, bien, pero lo que no puede faltar es el vino. Antiguamente, cuando no se usaban platos ni vasos, el vino se tomaba en porrón y la engañifa se ponía alrededor de la sartén comunitaria. El vino solía ser regularote, pero hoy nos podemos permitir estupendos vinos de precio razonable. El rosado es una buena opción: refresca la potencia de las migas y las grasas, y acompaña bien pescados, embutidos y verduras. Acabo de probar el Cruz de Piedra 2018, un rosado de garnachas muy viejas de Calatayud, con un bonito color, aromas de cereza fresca y boca muy equilibrada. Infinitamente mejor que el tinto de verano o el calimocho. Y solo cuesta cinco euros.
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