Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Resistiendo
Que España es mayoritariamente un país de necios sin opinión crítica fundamentada es algo evidente. Al amparo de ello han vivido y viven los pícaros y truhanes, las camarillas de sinvergüenzas y espabilados que, a la postre, consiguen institucionalizarse y crear parcelas de poder atrincheradas. La foto difundida la semana pasada, con motivo de la feria ARCO, de los reyes abrazando cariñosamente a la anciana Aizpuru, como quien soba devotamente a una suerte de santo o sabio venerable, es perfectamente elocuente. ARCO es precisamente eso, una trinchera de poder de un grupo de listos que han sabido colocar embaucadoramente sus tesis y han conquistado una atalaya solidísima. Casi desde su fundación, el eje de su discurso ha sido vender la excelsa calidad del producto que allí se ofrece, como si extramuros de sus dominios no existiera arte contemporáneo relevante. No hay vida artística de importancia, reseñable, fuera de ARCO: ese ha sido siempre su perverso y totalitario mensaje. Por fortuna, la realidad es bien diferente. En esa feria, como en cualquier otra, hay de todo, muy poco bueno y mucho malo. Las ferias de arte son, históricamente, la última fase de la mercantilización del producto artístico como bien consumible, la exhibición descarnada de una suerte de despojos o desperdicios resultantes de un gran festín histórico, el de la destrucción sistemática mantenida en el tiempo de la verdadera obra de arte, desde la irrupción de una burguesía adinerada con ansias coleccionistas hasta la democratización y vulgarización más feroz del producto. Desde entonces, las figuras claves han sido los vendedores, no los verdaderos artistas. Las ferias, como ejemplo extremo, son el espacio protagonista del galerista, el intermediario indispensable que necesita el artista para poder entrar allí. Consciente de ello, llevo más de veinte años creando espacios permanentes para el arte verdadero, museos, al margen del cotarro oficialista podrido. El MUREC es el sexto de ellos. En todos he dado cabida al arte de los grandes autores silenciados, olvidados y ninguneados por la mediocridad y basura empoderadas; he creado salas y salas para los mejores, aunque no los conociera nadie, para los desheredados del mundo artístico. Mis museos son espacios para la resistencia, para la esperanza. En ellos se manifiesta en ocasiones la obra apolíneo-dionísiaca.
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