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El “lugar de la Calavera” toma nombre el Calvario, donde el relato evangélico detalla la crucifixión del Nazareno y el uso coloquial del término se aplica a la sucesión de adversidades y pesadumbres, al sufrimiento, a las penalidades que irrumpen o se reparten en el viacrucis de los días. Que eso es pasar un calvario.
La Semana Santa es tiempo del Calvario genuino y una aproximación a estos días tiene que ver con las emociones. Pueden emparentar estas o no con lo religioso, estar más cerca de lo estético, o ambas cosas a la vez, pues es bien difícil objetivar los sentimientos. Además, el torrente de las emociones suele encauzarse en un territorio propio, el del barrio o la collación, y en los remansos procura una identidad compartida. Sin que muchas veces asistan las creencias, ya que las emociones son una expresión del ánimo mucho más subjetiva e inexplicable que la debida a la razón.
Algo parecido, por otra parte, ocurre con las saetas, pues los hombres y las mujeres se han civilizado cantando y la trascendencia, ese más allá de la cortedad de los días, ha sido siempre interpelada con la oración del canto. De ahí que haya tres senderos en las originarias razones de la saeta. A saber: la trocha de los almuédanos árabes, el desfiladero de las intrigas judías y las veredas de las advertencias cristianas. Tres devociones monoteístas y muchos cantes verdaderos. Convocaban los almuédanos en las mezquitas con lamentaciones versificadas precursoras de las saetas, que también pueden provenir del canto religioso de las sinagogas judías, y tienen además un claro origen en las saetas viejas o “penetrantes” que los franciscanos cantaban, allá por los siglos XVI y XVII, en las procesiones de penitencia.
Por las antedichas razones de las emociones y del canto hecho cante, es difícil no conmoverse con esta anunciadora saeta: “Míralo por donde viene / el mejor de los nacíos. / Llenas de espinas sus sienes / y el rostro descolorío, que ya figura no tiene”. O con este dramático encuentro: “Cuando Madre e Hijo se vieron, / sobre aquella turba impía, / de dolor desfallecieron / y al decirle Madre mía / hasta los astros gimieron”. O con este singular lamento: “En el Calvario se oía / el eco de un moribundo / y en sus lamentos decía: / Me encuentro solo en el mundo / con mi cruz y mi agonía”.
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