Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
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La expresión inglesa low cost, que puede traducirse como bajo coste, se suele referir a algo que nos sale barato o económico, y así nos aparecen calificadas las ofertas de productos o servicios con tarifas más bajas de lo normal. Se supone que es un modelo de negocio en el que, mediante una reducción de los costes, se baja el precio de venta, poniendo a disposición del consumidor un artículo o una experiencia básicos, sin extras, funcionales, pero de la misma calidad que los equivalentes tradicionales. El éxito del asunto está, al parecer, en dar las mismas garantías al cliente a un importe más asequible.
Utilizar el anglicismo es una técnica de marketing que evita decir que estamos adquiriendo algo barato, que pudiera entenderse como humilde o poco atractivo, de manera que lo que parecemos es avispados o adelantados, disfrutando por menos de lo mismo. Pero te estás dando cuenta de que lo que en un principio se aplicó a viajes, comida rápida, ropa, o bebidas, ahora se está extendiendo hasta convertirse en una filosofía de vida, tratando de pagar lo mínimo posible por los caprichos que creemos necesitar en esta sociedad de consumo en la que nos desenvolvemos.
La cruda realidad es que, en muchas ocasiones, que tengas a tu alcance determinadas opciones bajo el paraguas low cost, conduce a que lo que obtienes sea precisamente algo modesto, alejado de lo que esperabas, quizá porque has olvidado el refrán tan español de que nadie da duros a cuatro pesetas. Si una aerolínea te ofrece un vuelo a precio de risa, y te animas a adquirir el pasaje, recuerda que apenas te da para llevar una muda de ropa y que, sin incrementar el montante, no te sientas con tus amigos, te regañan por el bolso de mano, y entras y sales el último del avión. Y cada vez hay menos espacio entre los asientos, te bombardean durante el vuelo con saldos de perfumes y sorteos, y por aumentar las ganancias, salen los que llegan y entran los que se van como ganado, sin siquiera dejar tiempo para airear el habitáculo.
Esto del low cost también ha llegado a la política, con representantes de escasa categoría y con sorpresas de última hora, por las que acabas pagando. Pero lo que te preocupa es que se extienda a servicios esenciales, como la sanidad o la educación, en los que lo que de verdad importa es la calidad de las prestaciones, que ningún ciudadano quisiera que se ofertaran de bajo coste.
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