A Vuelapluma
Ignacio Flores
No son las emociones, son las deudas
La geografía patria se llena cada verano de festivales de música. Un paraíso para los amantes de la música. Da igual el tipo porque los hay de todas y un infierno para los que viven en los aledaños, que se aprestan a soportar un sin fin de inconvenientes y molestias por la saturación de personas, el ruido añadido y la basura que siempre generan. En Almería, hasta ahora, mal que bien habíamos aguantado y hasta los recibíamos como maná caído del cielo por los euros que genera, la programación que ya calienta motores del Dreambeach, Juergas Rock, Solazo Fest, Pulpop y así hasta no dejar libre prácticamente ni una fecha sola estival en los pueblos de la costa y hasta en los de interior.
La música tiene seguidores, muchos, y la mayoría tiende a desplazarse por la península, a la espera de disfrutar de los acordes, los temas o la voz de sus ídolos. No importa el cómo o el porqué. Aquí de lo que se trata es de ocupar las vacaciones o los días reservados para el evento, en la búsqueda de los placeres que las notas musicales dejan en los cuerpos ávidos de las sensaciones que los acordes generan.
Hasta aquí nada que objetar. El verano está ahí para divertirse y los jóvenes, especialmente, buscan aquello que más les satisface para romper con la monotonía del resto del año.
Pero esta opción tiene, en contraposición, una serie de tarifas negativas que hay que tener en cuenta en un mundo en el que nada es blanco o negro, sino que entre ambos hay toda una paleta de colores, muchos de ellos más oscuros de lo deseado.
Y es aquí donde los organizadores y los ayuntamientos que dan los permisos para su celebración deben ser escrupulosos no, lo siguiente. Lo acontecido en la capital con el Dreambeach, que tendrá lugar en agosto, no es más que la punta del iceberg de las dolencias que aquejan a este tipo de eventos. Todos nos queremos divertir, escuchar a nuestros ídolos, pero a ser posible lejos de nuestros templos de descanso. Compaginar ambos conceptos es el gran quebradero de cabeza de los munícipes. Por más que busquemos la cuadratura del círculo este es redondo, con aristas soportables si la organización se realiza con todas las garantías o con molestias insalvables cuando lo previsto se desborda y se acaba como el rosario de la Aurora.
Quizá, sólo quizá, sea preferible buscar como escenarios para su celebración aquellas zonas en las que la densidad poblacional se parezca más a la de la España vaciada, que a la de la saturación. Y de forma paralela, no hay que olvidarlo, arbitrar todas las medidas de seguridad y control pertinentes que alejen y disipen cualquier duda que los vecinos, en su justo derecho al descanso, plantean cuando se les viene encima eventos de este calado. Calibrar pros y contras y salir airoso es el reto de los pueblos y ciudades donde cada año se organizan al albur del turismo.
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