DEL FEMINISMO AL HEMBRISMO

Desde hace tiempo vienen aplicándose leyes discriminatorias que culpabilizan a los hombres por actos o situaciones que en nada se aplican a las mujeres

Se define al machismo como el intento de imponer la supremacía del macho sobre la hembra, del hombre sobre la mujer. Por la misma razón se puede definir el hembrismo como el intento de imponer la supremacía de la hembra sobre el macho, de la mujer sobre el hombre. El feminismo es, y debe ser entendido, como el justo deseo de la mujer por adquirir los mismos derechos y oportunidades que el hombre en una sociedad democrática. A este punto hace ya muchos años que en las sociedades occidentales se ha llegado, mediante la eliminación de disposiciones legales y costumbres que impedían a las mujeres alcanzar la igualdad de derechos y deberes en todos los ámbitos de la vida social y política.

Una vez alcanzado este objetivo, que hoy es toda una realidad, cabría plantearse la existencia de un movimiento feminista que fuera más allá de lo justamente reclamado. Pero la realidad de la convivencia humana nos ha demostrado desde siempre que los procesos de adquisición y aumento de poder no tiene límites, y es esto lo que lamentablemente estamos viviendo con la expansión “pro vi”, por la fuerza , de algunos colectivos de mujeres que entienden que el proceso no tiene límites y que ya ha llegado la hora de imponer una nueva correlación de fuerzas entre los sexos. En definitiva, que la mujer imponga todo su poder económico, social y político sobre el hombre. A Esta clara tendencia es a la que con toda justicia léxica debe llamársele hembrismo.

En España multitud de ejemplos parecen demostrar que el proceso, al amparo de partidos de izquierda y ultraizquierda, que individualmente no creen en estos principios (siempre recordaré las palabras de un famoso comunista que para definir a una colega la definía como “la de las tetas gordas”), se encuentra en proceso de aceleración inusitado. Desde hace tiempo vienen aplicándose leyes discriminatorias que culpabilizan a los hombres por actos o situaciones que en nada se aplican a las mujeres.

La palabra de una mujer goza de mayor credibilidad legal que la de un hombre; se reservan puestos de preminencia en instituciones, no por los méritos aducidos, sino por el simple hecho de ser mujer; un simple piropo que en el caso de un hombre puede ser objeto de sanción, no merece mayor atención si se da a la inversa. El infanticidio cometido por una mujer casi siempre es presentado bajo el paraguas de alguna excusa, muy contrariamente a lo que ocurre si el asesino es un hombre.

Se disimula, cuando no se oculta, la violencia femenina. No cabe duda que una mujer puede besar a un hombre sin su permiso, como vemos todos los días en la vulgaridad expresa de una vicepresidenta del gobierno y sin embargo asistimos impávidos al vergonzoso, repugnate, e idiotizante escándalo de publicidad al que han sido sometidas las masas maleables de nuestro país con el “caso” Rubiales.

¿Y por qué está ocurriendo este terrible despropósito legal y jurídico? Desde luego todo parece indicar que no es otra cosa que el “temor” de gran parte de la “élite política”, los que viven de la misma, a salirse de los cauces de lo “políticamente correcto” que les viene impuesto por quienes ostentan realmente el poder en los partidos políticos que no son otros que os “gurús” del Nuevo orden Mundial. Cualquiera que pregunte a los ciudadanos en la calle su opinión al respecto, encontrará, en su inmensa mayoría, una oposición a este estado de cosas. No es pues un sentir social, sino una impostura que aprovechan algunos colectivos feministas y los partidos de izquierda y ultraizquierda para mantener vivo su deseo de continuo enfrentamiento social y el odio al otro, el único alimento que actualmente los mantiene vivos.

Pero lo realmente escandaloso y preocupante es que al final, la ciudadanía, machaconamente sometida a esta interesada opinión, termine dando por aceptable semejante cúmulo de arbitrariedades, considere al sexo masculino responsable de todos los males que pueda sufrir una mujer, incluyendo los que se deriven de su propia maldad intrínseca.

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