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Todavía no ha dicho Enrique Ponce su última palabra en el ruedo. Es de esperar que, quien ha sido una gran figura del toreo, durante más de treinta años, reaparezca. Recordemos aquella tarde de la feria de julio de San Jaime, de 1990, en Valencia, en la que se encerró con seis toros, al caerse del cartel Roberto Domínguez y Vicente Ruiz el Soro, a causa de los problemas con el ganado. En el encierro, que quedó compuesto por tres toros de Francisco Galache y otros tres, de el Toril, (de gran trapío, los seis), cortó tres orejas, y dejó un toreo medido y valeroso. Al primero, al que hizo una faena para la historia, le cortó dos orejas. A partir de este momento, histórico en su trayectoria, comenzó a firmar contratos. Su abuelo Leandro influyó mucho, para que su nieto hiciera realidad los sueños soñados en el tiempo que marcan las campanas de una realidad deseada.Confirmó la alternativa en la feria de otoño de 1990. El padrino fue Rafael de Paula y el testigo, Luis Francisco Esplá. El niño prodigio mostró la clarividencia de su concepto del arte de Cúchares en la plaza de las Ventas, aun sin llegar a cortar trofeos.
En un libro magnífico, Andrés Amorós ha definido de modo antológico la tauromaquia del ilustre torero de Chiva.
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