Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
Estaba preocupado, los mensajes que había recibido su hija adolescente eran realmente obscenos. Había sido ella quien se los enseñó pidiendo su ayuda, su mirada que siempre fue un remanso de paz se convirtió en un rio de aguas bravas. Ella le miró inquieta, desconocía quien se los enviaba y estaba atemorizada. Su madre y él la habían educado para que fuese una persona fuerte e independiente, y ahora era como un sueño idílico que se esfuma al despertar, al descubrir de forma brutal que, bajo una pátina de modernidad y progreso, se escondía una sociedad azotada por ramalazos de machismo. Apretó los puños, tratando de disimular una rabia incontenible, cuando su hija le dijo que no se atrevía a correr por el parque cercano sin ir acompañada, porque se sentía vigilada y ello le causaba inseguridad. Sus músculos contraídos le hacían parecer mayor, tenía los labios apretados y el ceño fruncido, no sabía cómo enfrentarse a un enemigo anónimo e inaprensible. En su juventud las diferencias se dirimían de otro modo, las relaciones entre los jóvenes eran directas, sin que nadie se pudiese escudar tras una pantalla que le diese impunidad. Les inculcaron valores como que la mayor riqueza era “el ser, no el tener”, que las personas deben de “tener palabra”, y un sinfín de normas indispensables para la convivencia social. Ahora todo se había trastocado. Su hija asistía a un colegio concertado situado en el centro de la ciudad donde se aseguraron de que recibiría una educación similar a la que tuvieron sus padres, pero con una significativa diferencia: no existían dispositivos electrónicos, ni redes sociales, esos lugares inmateriales donde no hay normas y solo impera la ley de la selva. Recordó preocupado el caso de una compañera de su hija, cuando se descubrió que tras la imagen de una chica de su edad que había conocido en una red social, se ocultaba un señor entrado en años y sin escrúpulos, que cuando consiguió su confianza, accedió a las intimidades de la joven, para posteriormente difundirlas por internet junto con pornografía infantil. Sintió vibrar el móvil en su bolsillo, vio que era la Policía y un sudor frío le recorrió la espalda. La llamada tenía como objeto comunicarle que habían conseguido localizar al autor de los mensajes y amenazas que recibía su hija, era un compañero de clase tímido y callado hasta decir basta. Pensó que ahora tras el cristal de una pantalla los cobardes se crecen. Papá, te han dicho algo?, preguntó su hija, mirándolo anhelante a los ojos. El los entornó, desviando su mirada en la que ríos de lava descendían incandescentes. Y ahora quien le decía que el autor de las amenazas era su mejor amigo?
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